Seyran y Ferit entraron a la tienda de deportes, cada uno cargando con sus propias inquietudes. Ferit, con una confianza evidente, estaba decidido a convencer a Seyran de cumplir con su deber familiar: tener un hijo, como lo esperaba su familia. Por otro lado, Seyran anhelaba estudiar y perseguir sus propios sueños, lejos de las presiones que la tradición había impuesto sobre ella. Aunque la tienda estaba llena de un ambiente animado, entre ellos dos reinaba una tensión palpable.
Al pasar por la sección de tenis de mesa, Ferit se detuvo frente a una mesa nueva, con una idea audaz brillando en su mirada. Propuso un reto: “Si gano, aceptarás tener un hijo. Si ganas, respetaré tu decisión.” Aunque Seyran sabía que Ferit era un excelente jugador, aceptó el desafío. Antes de comenzar, encendió su teléfono para grabar el partido y declaró con firmeza: “No dejaré que nadie dude del resultado.” Sus palabras eran un claro desafío.
El partido se desarrolló con intensidad bajo las miradas curiosas de los presentes. Seyran luchó con todas sus fuerzas, pero la diferencia en habilidades entre ella y Ferit era evidente. Ferit mantuvo el control con golpes precisos y poderosos, mientras que Seyran se esforzaba por defenderse. El sonido continuo de la pelota reflejaba la disputa entre dos personas con destinos opuestos. Finalmente, Ferit ganó el partido y exclamó con entusiasmo: “¡Te lo dije, Seyran!”
Seyran permaneció en silencio, con el corazón lleno de emociones contradictorias. A pesar de haber dado lo mejor de sí, esta derrota le dejó una sensación de impotencia frente a la presión del destino. Sin embargo, al regresar a casa y ver el video que había grabado, Seyran reconoció a una mujer que no se rendía, que luchaba por sus sueños. Se dijo a sí misma: “Este partido lo ganaste tú, pero mi vida no la decidirá nadie más que yo.” Con una renovada determinación, Seyran entendió que, si no podía cambiar su destino a través de un juego, buscaría otro camino para proteger su futuro.