Desde el día en que Suna entró en la mansión de Ifakat, su vida cambió por completo. Antes, era solo una sombra en su propio mundo, viviendo apartada de sus pensamientos y sentimientos personales. Solo seguía las indicaciones de su madre y hermana, sin atreverse a hacer preguntas ni tomar decisiones por sí misma. Pero cuando entró en el mundo de Ifakat, algo comenzó a cambiar en ella. Si antes no sabía lo que quería, ahora sentía una diferencia clara. Si antes solo era una figura borrosa, ahora se encontraba frente a preguntas que nunca se había atrevido a hacer.

Después de llevar a Suna a su nueva habitación, Ifakat señaló suavemente hacia el gran armario con vestidos elegantes perfectamente organizados. “Esto es lo que elegí para ti,” dijo con voz profunda, pero luego su tono se volvió serio: “Sin embargo, la apariencia no lo es todo. Todo esto se puede comprar con dinero. Pero el respeto propio, eso es algo que nadie puede darte, excepto tú misma.” Esas palabras fueron como un despertar, haciendo que Suna sintiera una diferencia palpable. Miró los vestidos, parte de ella quería ponérselos para verse hermosa, pero otra parte se sentía incómoda. Se dio cuenta de que la belleza exterior no podía reemplazar la falta de confianza interna.

Suna bajó la cabeza en silencio, sin saber qué decir. En ese momento, Ifakat le hizo una pregunta que la dejó sin palabras: “¿Qué sientes cuando te miras en el espejo?” Esa pregunta fue como un cubo de agua fría, haciendo que Suna se detuviera, sin saber cómo responder. Miró al espejo, pero no pudo mirar directamente su reflejo. En sus ojos solo había confusión, como si una extraña estuviera mirándola desde el espejo.

Ifakat la observó en silencio, entendiendo que Suna había vivido tanto tiempo a la sombra de las expectativas y juicios de los demás, que ya no sabía quién era. Con suavidad, le dijo: “No necesitas responder ahora. Pero de ahora en adelante, estaré aquí para ayudarte a encontrar esa respuesta.” Esas palabras no prometían un cambio inmediato, pero eran el comienzo de un nuevo camino, un camino en el que Suna debía reencontrarse con ella misma.

Esa noche, Suna se quedó frente al espejo, sus ojos aún esquivando la imagen de su reflejo. Pero en su interior, una pequeña luz comenzó a brillar. Una promesa silenciosa consigo misma: ella cambiaría. Ya no dejaría que su vida estuviera bajo la sombra de los demás. Y sabía que este viaje no sería fácil, pero comenzaría por mirar al espejo y aceptarse tal y como era.