Suna dejó atrás su pequeña casa, donde había vivido una vida simple y tranquila, para mudarse a la lujosa mansión de la familia Ferit. La enorme casa, con sus paredes imponentes, fiestas extravagantes y una vida llena de poder, dejó a Suna completamente asombrada. Pero lo que más la preocupaba era la presencia de Ifakat, la madre de Ferit, cuya mirada estricta y expectativas altas pesaban sobre ella.
Bajo la vigilancia constante de Ifakat, Suna pronto se dio cuenta de que su nueva vida no solo era un cambio de espacio, sino una carga de responsabilidades que debía asumir. Cada día enfrentaba las estrictas expectativas de la familia Ferit, desde la forma en que debía vestirse hasta su comportamiento en las reuniones importantes. Ifakat, con su carácter severo, nunca perdonaba ni el más mínimo error, lo que hacía que Suna sintiera que no podía permitirse fallar ni una sola vez.
Dentro de Suna, el miedo de no poder cumplir con las expectativas de la familia crecía cada vez más. Temía que nunca sería lo suficientemente buena para estar a la altura de lo que se esperaba de ella. Sin embargo, al mismo tiempo, sentía un fuerte deseo: ser reconocida y amada, no solo por la familia Ferit, sino también por ella misma. Quería encontrar su propio valor en un mundo lleno de presión y altas exigencias.
Con el paso de los días, Suna tuvo que aprender a equilibrar la enorme presión con el deseo de encontrar su propio camino. Poco a poco, se dio cuenta de que, aunque quizás no pudiera cumplir con todas las expectativas de la familia, sí podía crear su propio camino. Ya fuera en momentos llenos de ansiedad o en momentos de firmeza, Suna comenzó a entender que aceptar quién era, aunque no fuera perfecta, era una parte importante de su viaje hacia la libertad y la verdadera felicidad.