En el almacén, las luces fluorescentes iluminaban los estantes llenos de alimentos. Şefika y Sultan, dos mujeres con pensamientos diferentes, estaban realizando el inventario juntas. Mientras Şefika revisaba minuciosamente cada caja, Sultan no podía evitar sentirse inquieta, sus ojos vagaban distraídamente hacia los refrigeradores.

“Es extraño, ¿cómo puede faltar tantas cosas?”, dijo Şefika, su tono de voz reflejaba incomodidad. “Recuerdo que antes el almacén siempre estaba lleno.”

Sultan asintió, tratando de ocultar la agitación en su corazón. Recordaba los días en que Ferit aún estaba soltero, cuando solía quedarse despierto hasta tarde y entrar a la cocina en busca de algo para comer. “A Ferit le gusta comer de noche,” respondió Sultan, intentando dar una explicación razonable.

“¿Comer de noche?”, Şefika sonrió irónicamente. “Escuché que a él le gustan otras cosas por la noche, ¿no es así?”

Las palabras de Şefika fueron como una daga clavada en el corazón de Sultan. Los recuerdos del pasado inundaron su mente, aquellos largos días cuando ella cuidaba a Ferit después de sus fiestas interminables. Recordaba los abrazos apretados, los besos apasionados, los momentos en los que ambos se dejaban llevar por la espiral del deseo.

Sultan luchaba por controlar los celos que ardían en su interior. No podía aceptar que Ferit cayera nuevamente en sus malos hábitos. Y todo lo que estaba sucediendo, lo culpaba a Seyran, la joven esposa que siempre le había causado celos.

“Seguro que es culpa de ella,” Sultan soltó sin pensarlo. “Seyran hizo algo para cambiarlo.”

Şefika miró a Sultan con sorpresa. “¿Estás hablando de la nueva esposa? No creo que ella tenga algo que ver con esto. Tal vez Ferit simplemente quiera cambiar.”

Las palabras de Şefika dejaron a Sultan en silencio. Se dio cuenta de que estaba demasiado enfocada en los detalles pequeños, tratando de culpar a otros para esconder sus propios celos.

El aire en el almacén se volvió denso. Sultan se arrepintió de lo que acababa de decir. Comprendió que debía cambiar, que tenía que dejar ir el rencor y los celos.

Cuando terminó el inventario, Sultan y Şefika salieron juntas del almacén. La luz del atardecer iluminó sus rostros, como si intentara disipar las sombras en sus corazones. Sultan decidió que iba a empezar una nueva vida, una vida sin intrigas ni celos. Aprendería a aceptar el presente y vivir en armonía con los demás.

Mientras tanto, Şefika mantenía su actitud tranquila. Sabía que la vida siempre está llena de altibajos, y lo mismo ocurre con las personas. Lo importante era aprender a aceptar y superar las dificultades para encontrar la felicidad.

Cuando ambas entraron a la casa, una sensación de paz las envolvió. Sabían que, a pesar de las diferencias, aún podían superar todas las dificultades y construir una relación mejor.