Después de que Kazım resultara levemente herido y dejara de ser una amenaza directa, Seyran no podía olvidar la crueldad de su padre cuando la golpeó para proteger a Suna. Cada vez que lo recordaba, el dolor se hacía más profundo en su corazón, reafirmando su determinación de construir una nueva vida donde no tuviera que soportar más el control de su padre.
Suna, al ver los conflictos internos de Seyran, sintió que debía hacer algo. Como hermana mayor, siempre había considerado su responsabilidad proteger a Seyran por encima de todo. Decidió regresar a la casa de Kazım, aceptando volver a estar bajo su control y opresión. “Si sacrificándome un poco tú puedes ser feliz, vale la pena”, le dijo Suna a Seyran con lágrimas rodando por sus mejillas.
Seyran no quería aceptar este sacrificio, pero Suna ya había tomado una decisión. El corazón de Seyran se rompió al ver a su hermana partir, regresando una vez más a la jaula opresiva de la que ambas habían soñado escapar.
Sin embargo, Ferit no estaba dispuesto a permitirlo. Sabía que la felicidad de Seyran estaba profundamente ligada a la libertad y seguridad de Suna. Determinado, decidió no dejar que Kazım siguiera usando a Suna como una pieza en su juego de poder.
Ferit acudió a su abuelo Halis, el hombre más poderoso de su familia. Al principio, Halis se negó a intervenir en los asuntos de Kazım, argumentando que era un problema familiar. Pero Ferit, con sinceridad y firmeza, logró convencerlo. “Si quieres que me convierta en un hombre digno de respeto, debo proteger a las personas importantes para mí. Seyran y Suna son mi familia”, dijo Ferit.
Halis, al ver la madurez de Ferit reflejada en esas palabras, decidió actuar. Utilizó su influencia y poder para presionar a Kazım y obligarlo a renunciar al control sobre Suna. Con el apoyo de Halis, Ferit sacó a Suna de la casa de Kazım y la llevó a un lugar seguro donde pudiera comenzar una nueva vida.