Seyran siempre había soñado con estudiar en la universidad y construir un futuro brillante para sí misma. Quería ser independiente, tener conocimientos y un trabajo estable, para poder avanzar en la vida con confianza. Sin embargo, mientras Seyran tenía estas aspiraciones, Ferit tenía un objetivo muy diferente. A él no le importaba mucho estudiar o construir una carrera. Lo único que quería era hacer feliz a su abuelo Halis, y según su abuelo, necesitaba casarse y tener hijos lo antes posible. Ferit sentía la presión de la familia y estaba dispuesto a hacer todo lo posible para cumplir ese deseo.
Un día, mientras paseaban por la ciudad, entraron en una tienda de deportes. Las mesas de ping-pong brillaban, llamando su atención. Ferit, con su personalidad impulsiva y siempre buscando un desafío, de repente tuvo una idea. Miró a Seyran con una mirada desafiante y dijo: “Este partido de ping-pong decidirá nuestro futuro. Si tú ganas, podrás seguir persiguiendo tu sueño. Pero si yo gano, tendrás que aceptar dejarlo todo y centrarte en ser mi esposa.”
Seyran se sorprendió y dudó. No quería abandonar su sueño de estudiar, pero tampoco quería dar un paso atrás ante el desafío. Sabía que esta era una oportunidad para demostrarle a ella misma y a Ferit que podía tomar las riendas de su vida, aunque las circunstancias la empujaran a una situación difícil.
Finalmente, Seyran aceptó participar en el partido. Ambos comenzaron a jugar con movimientos tensos y llenos de determinación. Cada punto significaba algo más que solo un marcador; era una lucha por su futuro. Seyran sentía la presión, pero sabía que este no solo era un partido de deportes, sino una batalla para defender sus sueños.
El partido terminó poco después, y aunque no importaba el resultado, Seyran descubrió una fuerza interior en ella misma. No solo estaba luchando contra Ferit, sino también contra los límites que la sociedad y su familia le imponían. En su corazón, Seyran sabía que, sin importar lo que pasara, no renunciaría a su sueño.