“El ambiente en la mansión Korhan se volvió tan sofocante que apenas se podía respirar. Los pasos pesados de Kazim resonaban en el pasillo, cada pisada era como un cuchillo que se hundía en los corazones de Seyran y Suna. Los ojos de Kazim estaban rojos de furia, sus puños apretados, y todo su cuerpo temblaba de ira.
‘¿Dónde está Suna?’ rugió Kazim, con una voz ronca y áspera.
Seyran se colocó frente a la puerta de la habitación, con una mirada llena de determinación. ‘Padre, por favor, no le hagas nada a Suna. Te contaré todo.’
‘¡Apártate de aquí!’ Kazim apartó a Seyran de un empujón y entró en la habitación. Suna se acurrucó en una esquina, con los ojos llenos de terror.
Kazim se acercó a Suna y con sus manos ásperas le apretó el cuello. Suna se retorcía, tosiendo, su rostro poniéndose morado. Seyran corrió hacia ellos, intentando separar a su padre.
‘¡Detente, padre! ¡Suna solo es una niña!’ gritó Seyran, con lágrimas corriendo por su rostro.
Kazim no mostraba ninguna compasión. La ira lo consumía como un fuego que nublaba su juicio.
En un momento de desesperación, Suna vio una pesa cerca. Sin dudar, la tomó y golpeó con fuerza la cabeza de su padre. Kazim cayó sobre la cama, inconsciente. La sangre empezó a brotar, tiñendo de rojo las sábanas blancas.
Las dos hermanas se abrazaron con fuerza, sus cuerpos temblando sin cesar. La habitación quedó sumida en un silencio aterrador.”