En su pequeño apartamento, el ambiente estaba cargado de tensión. Marta se sentó pensativa, pero cuando la ira la invadió, golpeó fuertemente la mesa, haciendo temblar todo lo que había sobre ella. Las lágrimas caían sin control, no podía reprimir más sus emociones. Gritó a Andrés, su voz quebrada:
“¿Por qué todo ha terminado así? ¡No puedo soportar ver a Fina detenida por mi culpa!”
Andrés permaneció en silencio, con la mirada preocupada pero firme. Se acercó a Marta y puso su mano sobre su hombro, su voz grave pero llena de determinación:
“Marta, haremos todo lo posible para ayudarla. No dejes que la rabia te nuble la vista.”
Marta levantó la vista hacia él, con los ojos rojos de tanto llorar. Se arrodilló frente a él, sollozando desconsolada:
“Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa, incluso a sacrificarme, si eso significa liberar a Fina.”
Las palabras de Marta fueron como un golpe directo en el corazón de Andrés. Sintió la fuerte determinación de su hermana en cada palabra. Fina, la persona que consideraban casi como parte de su familia, estaba pagando el precio de una injusticia. Marta no dudaba en darlo todo, incluso sacrificarse, para salvar a su amiga. Andrés la miró con dolor, pero también con una renovada determinación. Sabía que si no actuaba, las cosas solo empeorarían. Tenía que hacer más.
Andrés decidió que debía hacer todo lo posible. Buscaría todas las maneras de usar sus recursos, encontraría cada rincón del sistema para liberar a Fina. Por Marta, por la amistad entre ellos, y por la justicia que todos merecían. No dejaría que todo pasara sin hacer nada. Habían superado tantas dificultades juntos, y esta vez, Andrés sabía que no habría nada que pudiera detenerlos.