Alberto regresó a la colonia con el corazón lleno de arrepentimientos, cargando con las palabras que había guardado durante tanto tiempo. Sus pasos resonaron en las calles desiertas mientras avanzaba, con la esperanza de que, finalmente, pudiera encontrar perdón. Cuando llegó a la casa de Luz, su esposa, la visión de ella lo golpeó como una bofetada. Estaba tan fría y distante como el invierno que cubría el paisaje. Él intentó hablarle, sus palabras saliendo entrecortadas, pero Luz apenas lo miró. Sus ojos, antes llenos de amor, ahora se mantenían fijos en otro lugar, y su actitud helada dejaba claro que no estaba dispuesta a escuchar.
Pero no todo estaba perdido para Alberto. En un rincón olvidado de la casa, mientras él se perdía en su frustración, una carta cayó al suelo. Era una carta que había escrito meses atrás, antes de partir, llena de remordimientos y promesas de amor eterno. La carta llegó de manera inesperada a las manos de Luz, y al leerla, algo en su interior se removió. Las palabras de Alberto, sinceras y llenas de dolor, comenzaban a abrir una grieta en la muralla que ella había construido a su alrededor. Sin embargo, la desconfianza seguía siendo fuerte, y aunque algo de su corazón cedía, el dolor era demasiado reciente.
Mientras tanto, en otro rincón de la colonia, la tensión entre Damián y sus hijos alcanzaba su punto de quiebre. Los roces entre ellos se habían vuelto cada vez más intensos, y las palabras hirientes ya no eran suficientes para describir lo que sucedía. Julia, cansada de ser el blanco de las críticas y el desprecio, finalmente se enfrentó a Begoña, su madre, en un acto de valentía que había demorado demasiado en llegar. Con los ojos llenos de lágrimas contenidas, le gritó:
—¿Por qué permites que ellos te utilicen como arma contra mí?
Begoña, quien siempre había sido una mujer sumisa ante las expectativas de su familia, no pudo evitar el estremecimiento al escuchar las palabras de Julia. Por un momento, la habitación quedó en silencio, y Julia, pensativa, esperó una respuesta que no estaba segura de querer escuchar. Finalmente, Begoña, con una voz temblorosa pero firme, respondió:
—Porque, a veces, el amor también se convierte en una guerra, y me obligaron a elegir un bando. Elegí el que me pareció menos doloroso, pero quizás me equivoqué.
Esa respuesta cambió todo. La revelación de Begoña, quien confesaba haber estado atrapada en una batalla silenciosa que no había elegido, dejó a Julia sin palabras. Lo que había comenzado como una confrontación se convirtió en un punto de inflexión en la familia. Las dinámicas en la colonia empezaron a cambiar, y todos, desde Alberto hasta Begoña y Julia, se dieron cuenta de que las decisiones del pasado no solo afectaban a ellos, sino a la comunidad entera.