Luz, siempre había sentido un vacío en su corazón, una sensación que no podía explicar. Desde pequeña, había crecido con su familia adoptiva, quienes la amaban y cuidaban, pero algo dentro de ella le decía que había algo más, una parte de su historia que aún estaba pendiente. La figura de su madre biológica siempre estuvo en su mente, una presencia ausente que la perseguía en sus pensamientos. ¿Por qué su madre la había dejado en un orfanato? ¿Quién era ella realmente? Estos eran los interrogantes que Luz llevaba dentro, preguntas que no encontraba respuestas claras.
Un día, después de años de silenciosa lucha interna, Luz decidió que ya era hora de investigar. Decidió emprender un viaje a Madrid, la ciudad que su madre había dejado atrás. Ella sentía que, aunque nunca la había conocido, debía saber la verdad, debía entender las razones detrás de su partida y las circunstancias que habían llevado a su madre a tomar esa difícil decisión.
Al llegar a Madrid, Luz comenzó a indagar en los archivos del orfanato donde había sido dejada. Pronto, gracias a la ayuda de un par de personas amables, logró encontrar algunos detalles sobre su madre biológica. Su nombre era Carmen, y había vivido en Madrid gran parte de su vida. La información era escasa, pero suficiente para Luz para dar el siguiente paso: buscar a las personas que la conocieron.
Fue entonces cuando Luz se encontró con una antigua amiga de su madre, una mujer mayor llamada Teresa, quien, al principio, se mostró reacia a hablar. Pero después de un tiempo, y viendo la sinceridad en los ojos de Luz, Teresa decidió contarle todo lo que sabía. Carmen, le explicó Teresa, nunca había dejado de pensar en su hija. Había sido joven cuando la dejó en el orfanato, y aunque las circunstancias eran difíciles, lo hizo con el corazón roto. Carmen vivió el resto de su vida cargando con la pena de haber tomado esa decisión, una pena que nunca la dejó en paz.
“Tu madre nunca superó ese dolor”, dijo Teresa con voz suave. “Vivió su vida pensando que tal vez algún día podría reunirse contigo, pero la vida fue cruel con ella. Ella siempre llevaba esa carga, esa sombra oscura sobre su alma.”
Las palabras de Teresa calaron profundo en Luz. De repente, todo el vacío que había sentido en su corazón comenzó a tener sentido. No era un vacío de abandono, sino una sombra compartida entre ella y su madre. Carmen había llevado consigo una pena tan grande que, aunque nunca estuvo físicamente a su lado, siempre había estado con ella en espíritu, en ese dolor común que ambas compartían.
Luz regresó de su viaje a casa con el corazón lleno de emociones encontradas. Había encontrado la respuesta a tantas preguntas, pero a la vez, ahora tenía una nueva carga que llevar: la de comprender y aceptar el dolor de su madre biológica. Aunque Carmen ya no estaba en este mundo, Luz entendió finalmente que ese vacío en su corazón no era algo que debía llenar, sino algo que debía aceptar como parte de su historia. Y, en su interior, sintió una extraña sensación de paz al saber que, de alguna manera, su madre siempre había estado allí, a su manera, sufriendo y amándola desde la distancia.