Desde que Luz descubrió que Alberto era su padre biológico, su mundo se desplomó. Toda su vida, hasta ese momento, había estado construida sobre la idea de que su padre era otro hombre, una figura que había creído que siempre sería su referente. El momento en que se enteró de la verdad fue como un golpe inesperado. Alberto, quien siempre había estado en las sombras de su vida, apareció de repente con una verdad tan desconcertante que casi no pudo asimilarla.
Al principio, el dolor y la confusión la invadieron por completo. No entendía por qué su madre nunca le había dicho la verdad, ni cómo había sido posible vivir tantos años sin saberlo. La idea de que Alberto, un hombre que había tenido una vida completamente separada de la suya, fuera su verdadero padre, le resultaba insoportable. Quiso cortar todo lazo con él, alejarse de una vez por todas de esa verdad incómoda que la había dejado desorientada y con el corazón roto. Durante días, evitó cualquier tipo de contacto y se sumió en una tormenta de emociones contradictorias.
Sin embargo, con el tiempo, algo en su interior comenzó a cambiar. El rencor y el dolor dieron paso a una curiosidad inquietante. Si bien la verdad era difícil de aceptar, Luz no podía evitar preguntarse qué significaba tener a Alberto en su vida. ¿Podía realmente construir una relación con él, o estaba destinada a vivir con esa herida abierta para siempre? Después de mucha reflexión, decidió darle una oportunidad, aunque sabía que el camino sería largo y complicado.
El reencuentro con Alberto no fue fácil. Ambos trataban de reconstruir un vínculo que nunca había existido, y las tensiones eran palpables. Alberto, por su parte, no sabía cómo acercarse a Luz sin herirla aún más, pero estaba dispuesto a hacer el esfuerzo. Sin embargo, sus intentos a menudo se encontraban con las barreras de la desconfianza y el resentimiento de Luz, que aún luchaba con la idea de que ese hombre, aunque su padre biológico, no había formado parte de su vida.
Cada encuentro era un tira y afloja emocional. Había momentos en los que Luz sentía una pequeña chispa de conexión, pero pronto era apagada por la incertidumbre de no saber si alguna vez podrían ser realmente padres e hija. A pesar de los intentos por parte de Alberto de mostrarle que quería ser parte de su vida, las palabras no parecían suficientes para sanar las heridas del pasado.
La relación entre ellos estaba marcada por la fragilidad, una lucha constante por encontrar un equilibrio entre la necesidad de Luz de protegerse y la esperanza de Alberto de ganar su confianza. A medida que pasaba el tiempo, Luz comprendía que no se trataba de reconstruir lo que nunca fue, sino de aprender a aceptar lo que podía ser. Con cada paso, más preguntas surgían, pero también una posibilidad, la de crear una nueva historia, una que tal vez, solo tal vez, podría llevarlos a un entendimiento mutuo.