Begoña se sentaba en silencio en el sillón cerca de la ventana, la luz tenue de la tarde filtrándose a través de las cortinas, bañándola con un brillo suave y apagado. La taza de café caliente en sus manos llevaba rato intacta, mientras su mirada se perdía en la distancia, como si buscara respuestas entre las nubes flotantes afuera. En su interior, pensamientos contradictorios la atormentaban acerca de la propuesta de Andrés, aunque ni siquiera ella entendía completamente por qué sentía tanta inquietud.
“Begoña, ¿me estás escuchando?” La voz de Andrés resonó detrás de ella, devolviéndola al presente. Se acercó y se sentó frente a ella, con los ojos llenos de expectativa. “¿Qué piensas sobre alquilar un apartamento? Solo tú y yo. Creo que este es el momento adecuado.”
Begoña permaneció inmóvil, evitando la mirada de Andrés. “No estoy segura, Andrés,” dijo en voz baja, sus manos descansando sobre la taza de café que giraba suavemente entre sus dedos. Vaciló, sin saber cómo expresar la inquietud que pesaba en su corazón. “¿Y si alguien se entera? ¿Y si las cosas se complican más?”
Andrés suspiró, mirándola con una mezcla de decepción y paciencia. “Begoña, no estamos haciendo nada malo. Esta es nuestra vida, no la de los demás. Si vivir solos te hace sentir más segura, entonces es la mejor opción.” Pero ni siquiera esas palabras llenas de lógica lograron calmar la tormenta interior de Begoña. Su preocupación no se limitaba solo a lo que otros pudieran pensar, sino también a las dudas que aún tenía sobre esta relación. La tarde avanzaba en silencio, dejando solo el sonido del viento moviendo las hojas afuera, reflejo de la tempestad emocional que seguía agitándose en su interior.