Begoña caminaba por la casa, su mente atrapada en una espiral de pensamientos y emociones contradictorias. La mirada de decepción de Julia seguía dándole vueltas en la cabeza, como una daga afilada. Aquella escena en la que su hija la sorprendió con Andrés le había dejado una herida profunda que no podía sanar con palabras. Por más que intentó explicarse, por más que trató de hacerla entender que lo que había hecho no significaba lo que Julia pensaba, su hija se cerró a todo. “No necesito tus excusas, mamá,” le dijo, y antes de que Begoña pudiera decir algo más, Julia se refugió en su habitación, alejándose de ella como nunca antes.
El rechazo de Julia fue un golpe devastador para Begoña, una herida en su alma que no se podía curar con tiempo ni con arrepentimiento. Montes, que observaba todo desde las sombras, veía cómo su hija se alejaba cada vez más de ella. No solo la cercanía con Andrés parecía haberse roto, sino que Julia parecía encontrar consuelo en María, la otra mujer en la vida de Begoña, y eso solo aumentaba el dolor de la madre. Montes no podía evitar sentirse impotente, como si todo lo que había construido con su hija se estuviera desmoronando a su alrededor.
Mientras los chismes sobre su relación con Andrés no dejaban de propagarse, la situación se volvía cada vez más insoportable. El daño que Jesús había causado con sus palabras y actitudes ya no era solo una cuestión personal, sino que estaba afectando la relación entre madre e hija de una forma irreparable. Begoña sabía que debía tomar una decisión drástica, algo que cambiaría todo para siempre. La decisión de romper con Andrés fue dolorosa, pero necesaria. Andrés, desconsolado, trató de aferrarse a ella, prometiéndole que todo cambiaría, que podrían ser felices a pesar de todo. Sin embargo, Begoña no podía seguir adelante. Su hija la necesitaba, y era hora de que enfrentara las consecuencias de sus decisiones.
Por otro lado, Jesús y María celebraban en secreto lo que consideraban una victoria. Creían que al fin habían logrado separar a Begoña de Andrés, pero en lo más profundo de su ser, una inquietud comenzó a germinar. Sabían que no podrían esconder la verdad para siempre. El daño ya estaba hecho, pero la mentira que los había unido aún era una bomba de tiempo. La pregunta que comenzaba a rondar sus mentes era clara: ¿hasta dónde podrían llegar sin que la verdad los alcanzara?