La casa de la Reina, un lugar que hasta entonces había sido sinónimo de paz, se encontraba ahora bajo una atmósfera pesada y tensa. Tras la confesión de Damián, las piezas del rompecabezas familiar comenzaron a caer. La armonía que una vez había prevalecido entre los miembros de la familia se desmoronó.
Begoña, que había sido siempre la hija modelo, no pudo ocultar el resentimiento que sentía hacia su padre. La decepción era palpable en su mirada, y a partir de aquel día, evitó todo contacto con él. Cada conversación se convirtió en un campo minado, y la distancia creció como un muro invisible entre ellos.
Andrés, el hermano mayor, no dejaba pasar una oportunidad para lanzar comentarios sarcásticos sobre Damián. Con una sonrisa irónica, solía referirse a él como “el gran ejemplo de moralidad”, como si estuviera burlándose de su propia figura paterna. Cada palabra de Andrés calaba hondo, haciendo que el ambiente en la casa se volviera aún más incómodo y dividido.
Tasio, el más joven de los hermanos, observaba desde la periferia de todo este conflicto. Aunque intentaba integrarse y encontrar su lugar en medio de la tormenta, los desplantes constantes de Begoña y Andrés lo hacían sentirse cada vez más aislado. No sabía cómo acercarse a ellos, ni cómo encontrar una salida a su propio malestar. La familia que alguna vez lo apoyó parecía ahora una sombra distante.
Pero el destino, como siempre, tenía un giro inesperado. Un día, mientras exploraba una vieja caja en el desván, Begoña encontró una carta que su madre había escrito antes de morir. La carta, que había permanecido oculta durante años, estaba dirigida a ella, pero contenía algo más: unas palabras llenas de ternura sobre Tasio. Su madre, en un acto de amor profundo, hablaba de él con una delicadeza que Begoña nunca había imaginado.
“Mi pequeño Tasio, siempre será mi mayor orgullo. Su corazón es puro, su alma es grande. Si algún día se siente perdido, por favor, dile que tiene en mí un refugio eterno. Que nunca deje de ser quien es.”
Las palabras de su madre tocaron el corazón de Begoña de una manera que no había anticipado. Un sentimiento de arrepentimiento comenzó a invadirla. Había estado tan centrada en su propio dolor y en la ira hacia su padre que no había visto el sufrimiento de su hermano menor. La carta, como un faro, le mostró un camino hacia la reconciliación.
Con una mezcla de emoción y vergüenza, Begoña decidió acercarse a Tasio. En un rincón tranquilo de la casa, lo encontró sentado, solo, como siempre. Sin saber muy bien qué decir, se acercó y, con una voz temblorosa, le habló.
“Tasio… he sido una tonta. He estado ciega por tanto tiempo. Pero acabo de leer algo que nuestra madre escribió… algo sobre ti. Y ahora entiendo, entiendo todo.”
Tasio la miró, sorprendida, sin entender del todo. Begoña se arrodilló frente a él y, con lágrimas en los ojos, le entregó la carta. Al leerla, Tasio sintió una mezcla de alivio y emoción que no había experimentado antes. Finalmente, entendió que no estaba solo, que su madre siempre lo había amado y que, quizás, ahora su hermana podría verlo también.
Con ese descubrimiento, las tensiones en la casa de la Reina comenzaron a desvanecerse, aunque lentamente. Begoña y Tasio, dos almas que habían estado distantes durante tanto tiempo, empezaron a reconstruir su relación, a paso firme. Aunque la herida causada por la confesión de Damián no sanaba de inmediato, la carta de su madre les había dado el valor para sanar las grietas entre ellos.
En el horizonte, la familia aún tenía mucho por sanar, pero al menos, esa noche, Begoña y Tasio encontraron un punto de partida. Un hilo de esperanza que, con el tiempo, podría llevarlos de vuelta a la unidad que tanto anhelaban.