Gaspar estaba sentado en silencio junto a la barra de la cantina en Toledo, sosteniendo una copa de vino tinto, pero su mirada estaba perdida, observando la suave ondulación del líquido en el vaso, como si buscara una respuesta en él. Durante toda la semana pasada, se había sentido como si estuviera cayendo en un abismo, incapaz de aceptar la realidad de que Loli, la chica que había amado con tanta pasión durante los pocos días que estuvieron juntos, se había ido. Esos momentos felices con ella fueron tan fugaces como un sueño, pero ese sueño terminó demasiado rápido. Gaspar intentaba esconder su tristeza, pero su amigo de toda la vida, Tasio, lo notó enseguida.
“No te sigas torturando, Gaspar,” dijo Tasio con tono preocupado mientras se sentaba junto a él. “Loli ya ha regresado a Jerez. Ya todo ha terminado.”
Gaspar no respondió, solo levantó la copa y bebió sin vida, como si el ruido de la cantina y las conversaciones a su alrededor no tuvieran sentido. Estaba perdido en sus pensamientos sobre Loli, sobre la repentina separación y las preguntas sin respuesta.
En ese momento, la puerta de la cantina se abrió de golpe. La luz exterior entró, haciendo que el espacio se iluminara suavemente. Todas las miradas se dirigieron hacia la puerta, y entonces Gaspar la vio. Dolores, la chica que pensaba que había dejado Toledo para siempre, estaba allí con la mirada brillante, su rostro radiante pero aún con una expresión decidida. Todos en el bar estaban sorprendidos, sin poder creer lo que veían, pero Gaspar se levantó de inmediato, sin poder creer lo que sus ojos veían.
“Dolores… ¿Eres tú?” preguntó Gaspar, con la voz temblorosa.
Dolores avanzó hacia él, sus ojos ya no reflejaban tristeza ni preocupación, sino una fuerza inquebrantable. “Ya había recorrido medio camino hacia Jerez, pero mi corazón no encontraba paz. Me di cuenta de que no podía irme sin decirte una última palabra,” dijo, cada palabra llena de convicción.
Gaspar no pudo responder. Antes de que pudiera reaccionar, Dolores lo abrazó con fuerza. El espacio a su alrededor pareció detenerse, y las personas en el bar no se atrevieron a respirar, pero para Gaspar y Dolores, en ese momento solo existían ellos. Ese beso, lleno de emoción, fue un instante que nadie podría describir con palabras.
Fue un momento lleno de sentimiento, el fin de un dolor y el inicio de un nuevo viaje. Todo cambió en un segundo, y Gaspar entendió que, a veces, el amor no se puede medir, sino que se trata de los sentimientos más sinceros, que llegan en los momentos más inesperados.