Fina estaba sentada en su escritorio, con la mirada perdida a través de la ventana. La habitación estaba llena de luz, pero para ella, el mundo parecía más oscuro que nunca. Desde la muerte de Isidro, su colega y amigo más cercano, Fina no podía concentrarse en el trabajo. Los recuerdos de él siempre invadían su mente, recordándole lo que había perdido y las cosas que no pudo hacer por él mientras estaba vivo.
Marta, la novia de Fina, la observaba preocupada desde lejos. Marta sabía que Fina necesitaba una forma de escapar de su dolor, una manera de seguir adelante. Después de reflexionar durante varios días, Marta decidió asignarle una nueva tarea: guiar a un nuevo empleado que se había unido a la empresa. “Puedes ayudar a alguien más,” dijo Marta con un tono suave pero firme. “Eso te hará sentir mejor.”
Al principio, Fina aceptó con desgana. Tenía miedo de no ser capaz de ayudar a nadie cuando ella misma todavía luchaba con su propia tristeza. Pero cuando comenzó a conocer al nuevo empleado, una persona joven llena de energía y entusiasmo, empezó a notar un cambio. Las preguntas ingenuas y los esfuerzos por aprender de la nueva incorporación le recordaron a Fina por qué amaba su trabajo.
Durante todo el proceso, Marta permaneció a su lado, brindándole apoyo y ánimo de manera silenciosa pero constante. Gracias a la ayuda de Marta y al entusiasmo contagioso del nuevo empleado, Fina poco a poco recuperó su motivación. Ya no sentía que estaba atrapada en su dolor, sino que comenzó a darse cuenta de que Isidro, aunque ya no estuviera, vivía en los valores que le había transmitido.
Fina terminó un día de trabajo ajetreado y sonrió al recordar los hermosos momentos compartidos con Isidro. Ahora sabía que no solo vivía por sí misma, sino también para continuar el camino que él había comenzado.