Esta tarde, Toledo estaba extrañamente tranquila, como el mismo estado de ánimo de Gaspar. Las estrechas calles y las casas antiguas reflejaban la luz tenue del atardecer, como un cuadro lleno de melancolía. El bar donde trabajaba se sentía más vacío que nunca. Gaspar se encontraba detrás de la barra, observando en silencio, mientras el espacio a su alrededor parecía estar envuelto en una calma profunda y triste.
Loli – o Dolores, como él la llamaba cariñosamente – se había ido. Después de una corta semana buscando la felicidad junto a él, ella decidió regresar a Jerez, llevando consigo la alegría y la esperanza de Gaspar. No podía evitar sentir la pérdida. Ella se había ido, dejando un vacío en su corazón, un vacío que sabía que sería difícil de llenar.
Tasio, un viejo amigo de Gaspar, se sentó junto a él y comenzó a contar los momentos dulces que Gaspar y Dolores habían compartido. Cada palabra de Tasio hacía que el vacío en el corazón de Gaspar se profundizara. No podía dejar de pensar en los días felices a su lado, esos días que ahora solo existían en recuerdos borrosos.
De repente, la puerta del bar se abrió, sacando a Gaspar de sus pensamientos melancólicos. En el suave resplandor del atardecer, Dolores apareció. Su largo cabello caía como rayos dorados, y sus ojos decididos reflejaban una determinación inquebrantable. Todos en el bar se quedaron sorprendidos ante su aparición inesperada.
Gaspar se quedó congelado en su lugar. No sabía cómo reaccionar al ver a la mujer que amaba frente a él. Su corazón latía con fuerza, pero sus piernas no podían moverse. Todo a su alrededor parecía desmoronarse.
Dolores se acercó a él, cada paso firme pero suave, como si cada uno de esos pasos afirmara su determinación.
“Gaspar,” dijo, su voz llena de emoción. “Fui a mitad de camino hacia Jerez, pero me di cuenta de que no podía dejarte aquí. Quiero que vengas conmigo, Gaspar.”
Esas palabras hicieron que el corazón de Gaspar despertara. Estaba tan emocionado que no podía hablar. Cuando Dolores se acercó y lo miró a los ojos, todo lo que pudo hacer fue abrazarla.
Ambos se sumieron en un beso apasionado, ignorando las miradas que los rodeaban. En ese instante, no existía Toledo ni Jerez, solo dos almas que se fundían en una, sin barreras ni límites.
En ese abrazo apretado, Gaspar comprendió que, aunque la vida estuviera llena de tormentas, mientras Dolores estuviera a su lado, ya no tendría miedo. Juntos, escribirían su historia de amor, sin importar lo que deparara el futuro.