Entre las discusiones interminables y los desacuerdos que parecían no tener fin, Jesús hizo algo que nadie esperaba. En un impulso de ira y sin pensarlo demasiado, decidió usar todo el dinero que Begoña había ahorrado de la herencia de su padre para invertir en proyectos de negocio con el señor Pedro, un amigo cercano. Lo más sorprendente era que, antes de tomar esa decisión, no consultó con su esposa, no le pidió su opinión, sino que simplemente lo hizo sin más.
Cuando Begoña se enteró de la verdad, no podía creerlo. La ira y el dolor la invadieron por completo. No podía creer que su propio esposo hubiera decidido dejarla sin un solo peso, traicionando la confianza que ella había depositado en él. Sentía que, de alguna manera, le habían robado lo que era suyo, lo que había ahorrado durante tantos años, para asegurarse un futuro y para la familia. Ahora, ese dinero había desaparecido, invertido en proyectos que ni siquiera conocía, sin su consentimiento.
El sentimiento de abandono y traición se hacía más palpable en su mente. Para Begoña, no solo era un error financiero, sino la prueba más clara de la egoísta y engañosa naturaleza de su relación. Este acto le mostró que la relación entre ellos estaba llena de mentiras y egoísmo, lo que agravaba aún más la distancia emocional que ya existía entre ambos. Ella no podía imaginar cómo, el amor y la confianza que había dado a Jesús, podían ser ignorados de una manera tan fría.
Begoña se quedó en silencio en la habitación, con pensamientos y sentimientos acumulándose en su interior, sin poder encontrar las palabras adecuadas. Sabía que, a partir de ese momento, su relación nunca sería la misma. –