Fina entró en la sala de estar del pequeño apartamento de Doña Marta con una mirada llena de preocupación. El ambiente en la habitación era cálido, con la luz tenue iluminando las manos de Marta que sostenían firmemente una taza de té, pero Fina no podía sentir la tranquilidad en el aire. Se sentó en la silla frente a ella, con el corazón pesado. En los últimos días, las dudas dentro de ella se volvían cada vez más grandes, como una ola que no dejaba de empujar. Era el momento de enfrentarse a la verdad, por dolorosa que fuera.
“Santiago es quien está detrás de la denuncia,” dijo Fina, con la voz temblorosa pero firme. Sabía que una vez que la verdad saliera a la luz, no habría marcha atrás.
Doña Marta frunció ligeramente el ceño, pero no parecía sorprendida. Ya había escuchado la misma confesión de Santiago en el encuentro de esa tarde. Marta no podía olvidar la escena en el parque, cuando Santiago se paró frente a ella, con los ojos llenos de arrogancia y sin arrepentimiento alguno.
En ese momento, Santiago confesó abiertamente el motivo de su denuncia. Dijo que había visto a Fina acompañada de una mujer, con una actitud que él consideró “inapropiada”. Pero no sabía que esa mujer era Marta, quien en ese momento trataba de explicarle a Santiago la situación.
Marta intentó hacerle ver a Santiago la irracionalidad de su comportamiento, pero en lugar de arrepentirse, él aprovechó la situación. “Ella solo es una buena amiga”, explicó Marta, tratando de hacerle entender que el malentendido había sido un accidente.
Sin embargo, Santiago no sintió remordimiento. Aprovechó la oportunidad para hacerle una oferta. “Si me devuelven mi trabajo, puedo retirar la denuncia”, dijo, con los ojos brillando de codicia.
Marta respondió con firmeza: “No puedo restaurar el puesto de alguien que acosa a sus compañeros. Además, debe retirar la denuncia de inmediato.”
Aunque Marta ofreció dinero para persuadirlo, Santiago rechazó la oferta. Su obstinación no solo provenía de su orgullo, sino también de la sospecha de que Marta se preocupaba más por Fina que por la reputación de la empresa.
De regreso en la sala de estar, Fina sintió su corazón oprimido al escuchar las palabras de Doña Marta. “He hecho todo lo que estaba a mi alcance, Fina. Pero a veces, personas como Santiago no cambian.” Esas palabras no solo la consolarían, sino que también le ayudarían a darse cuenta de que aquellos que tienen principios firmes nunca permiten que la codicia se imponga sobre lo que es justo.
Fina se quedó en silencio, sabiendo que esta lucha no solo era por el trabajo o la carrera, sino por la dignidad y la justicia.