Patricia Lambert empujó la pesada puerta de madera de la oficina de Jesús, con los tacones golpeando fuerte el suelo. Su mirada ardía con determinación, y el aire en la habitación pareció volverse denso. Jesús, sentado cómodamente en su silla detrás del escritorio, levantó la vista con una sonrisa autosuficiente. Pero cuando sus ojos se encontraron, un escalofrío recorrió su cuerpo.
“Jesús, tu juego ha terminado,” dijo Patricia, con una voz fría como el hielo, cada palabra como un golpe que congelaba la atmósfera.
Jesús encogió los hombros, intentando mantener la calma. “No tienes nada con qué enfrentarte a mí,” respondió, con una sonrisa burlona en su rostro.
Patricia dio un paso adelante, colocando una pila de documentos sobre el escritorio. “No seas tan confiado. He reunido suficientes pruebas. Tendrás que pagar por lo que has hecho.”
Las palabras de Patricia hicieron que Jesús se quedara momentáneamente tenso, pero rápidamente recobró su compostura. “¿Pruebas?” preguntó, intentando no mostrar su incomodidad.
Patricia apretó los labios, sus ojos brillando con determinación. “¿Creías que podrías seguir extorsionándome? ¿Que seguiría quedándome callada, soportando todo esto? Jesús, tu tiempo ha terminado.”
Jesús comenzó a sentir la presión. Los documentos frente a él podrían contener todo: tratos sucios, amenazas y los cómplices que lo habían traicionado. Por primera vez, se dio cuenta de que Patricia ya no era la mujer débil que él podía manipular.
Patricia se erguía, proyectando una fuerza y autoridad inquebrantables. “Tienes dos opciones: rendirte, o haré que todo lo que has construido se derrumbe.”
Jesús no respondió de inmediato, su mirada vacilaba entre la ira y el miedo. Este enfrentamiento acababa de comenzar, pero ambos sabían que el final no sería pacífico. Patricia ya no era la víctima. Ella ahora era quien decidía el destino de él. Y Jesús sabía que esta vez se había encontrado con un oponente digno.