La noche se cernía sobre la mansión, bañando el jardín en una suave luz lunar. Fina y Marta regresaban de la boda de Claudia y Mateo, sus corazones aún rebosantes de alegría. La celebración había sido un éxito, llena de risas, música y baile. Sin embargo, al cruzar el umbral de su hogar, una sombra de tristeza se posó sobre ellas.
En el jardín, tendido sobre la fresca hierba, yacía Isidro, el padre de Fina. Su rostro, sereno en la muerte, contrastaba con la conmoción que embargaba a las dos mujeres. Fue Marta quien primero lo vio y, con un grito desgarrador, alertó a Fina.
La joven corrió hacia su padre, sus piernas temblorosas. Al llegar a su lado, se desplomó sobre su cuerpo, sollozando amargamente. En ese instante, la felicidad de la boda se desvaneció, dejando paso a un dolor profundo e insoportable. Isidro, el hombre fuerte y protector, había partido para siempre.
Durante semanas, Isidro había luchado contra una enfermedad que minaba sus fuerzas. A pesar de los cuidados de Jaime, el médico de la familia, su corazón había cedido. En su mano, aún aferrada con fuerza, yacía una fotografía de Adela, su difunta esposa. Esa imagen, desgastada por el tiempo, era un testimonio del amor eterno que los unía.
Fina, abrazada a su padre, no podía contener las lágrimas. En ese momento, comprendió que la vida era frágil y que la muerte era inevitable. Sin embargo, también sintió una profunda paz al saber que su padre se había ido en paz, con la imagen de su amada Adela en su mente.
Los días que siguieron fueron difíciles. La casa, que antes estaba llena de vida y alegría, ahora parecía sumida en un profundo silencio. Fina se refugió en los recuerdos de su padre, reviviendo momentos felices que habían compartido juntos. Marta, fiel a su amiga, la acompañó en todo momento, ofreciéndole su apoyo incondicional.
Con el paso del tiempo, el dolor comenzó a atenuarse, pero la ausencia de Isidro seguía siendo palpable. Fina decidió honrar su memoria creando un rincón especial en el jardín, donde plantó un árbol en su honor. Cada vez que lo visitaba, sentía la presencia de su padre y encontraba consuelo en la naturaleza.
La partida de Isidro fue una pérdida irreparable para Fina y su familia. Sin embargo, también les enseñó el valor de la vida, la importancia de los seres queridos y la fuerza del amor. Aunque el dolor nunca desaparecería por completo, Fina sabía que su padre siempre viviría en su corazón.