Santiago, un vendedor muy persistente, no podía entender por qué Fina no correspondía a sus sentimientos. Había intentado muchas veces atraer su atención, pero todo lo que recibía era frialdad. Un día, después de una acalorada discusión con Fina, Santiago escuchó accidentalmente que ella había quedado con alguien en el parque.
Sin pensarlo dos veces, decidió seguirla. Al llegar al parque, vio a Fina conversando y riendo con una mujer que no reconoció: era Marta, pero él no sabía que ella era De la Reina. Decidido a hacerle daño a Fina, Santiago no dudó en denunciarla a la policía. Como resultado, Fina fue arrestada por el delito de… enamorarse de una mujer.
Marta, destrozada y desesperada, decidió visitar a Fina en prisión. Fue acompañada por Damián, pero cuando quedaron a solas en la sala de visitas, Marta no pudo contener sus emociones. La abrazó y le preguntó con preocupación cómo se encontraba. Fina, con los ojos llenos de lágrimas, susurró: “Estoy bien, pero creo que Santiago fue quien me denunció. Solo me vio contigo.”
Marta prometió intentar convencer a Santiago para que retirara la denuncia, pero Fina la detuvo rápidamente. “No lo hagas, Marta. Si lo haces, también te harán daño a ti. Hemos luchado demasiado para que nuestra relación sea posible.” Cuando la policía anunció que el tiempo de la visita había terminado, Fina suspiró profundamente, sintiendo un dolor que no podía desaparecer.