En el jardín tranquilo, donde los rayos del sol de la tarde se filtraban suavemente a través de las hojas verdes, Andrés y Begoña se encontraban frente a frente, solo los dos, en ese espacio silencioso. Nadie decía nada, solo se oía el viento suave que susurraba entre las hojas, junto con la respiración agitada de ambos. De repente, en un momento inesperado, Andrés se acercó y besó a Begoña. Ella, sorprendida, no pudo reaccionar a tiempo, quedó paralizada, con los ojos abiertos de par en par, pero en su interior, una sensación extraña comenzó a surgir.
A pesar de la sorpresa, Begoña rápidamente recuperó la compostura y se enderezó. Miró a Andrés a los ojos, con voz firme: “Hice lo correcto al ayudar a Julia a no temer a su padre”. Quería resaltar que había hecho lo mejor para Julia, para que la joven dejara de vivir con miedo en una familia donde la mentira y el temor prevalecían.
Andrés la miró, su rostro reflejaba una decepción clara. “Pero, ¿no lo ves? Permitiste que Julia se acercara a una persona que yo considero indigna. Esa persona podría hacerle daño. Estás alimentando un error”, dijo Andrés, con voz cargada de ira. No entendía cómo Begoña podía seguir defendiendo a Julia, incluso cuando estaba tomando decisiones que podrían tener consecuencias negativas para ella.
La discusión se intensificó, y un silencio pesado llenó el aire tras las palabras de reproche. Begoña se giró, sin añadir nada más, sintiendo una presión interna que no podía expresar. Andrés permaneció allí, sin entender completamente los motivos de Begoña, pero no podía negar que también sentía una preocupación por Julia.
Ambos callaron, cada uno preguntándose en su interior acerca de sus propias acciones y motivaciones, con una sensación de inseguridad que se apoderó de ellos. El aire en el jardín parecía volverse aún más denso, reflejando las preguntas sin respuesta, los malentendidos y los miedos que no podían despejar.