A la mañana siguiente, la casa de Pelin estaba llena de risas y conversaciones. Suna y Abidin, junto con otros amigos, estaban reunidos alrededor de la mesa. Pelin, como anfitriona, observaba a todos a su alrededor. Sus ojos se detuvieron, sin querer, en Suna y Abidin.
Había algo diferente en la mirada que Abidin le dirigía a Suna. No solo era la atención de un amigo, sino una mirada llena de ternura y complicidad. Pelin lo notó claramente. Suna, por su parte, también parecía sentir la mirada de Abidin, ya que a menudo lo miraba, con el rostro ligeramente sonrojado.
Durante toda la comida, Pelin prestó atención a los pequeños gestos entre los dos. Abidin le pasaba agua a Suna, la ayudaba a servirse comida y siempre le sonreía cálidamente al mirarla a los ojos. Suna respondía a esos gestos de Abidin con miradas llenas de emoción.
Después de la comida, cuando todos estaban conversando, Pelin se acercó a Abidin y lo llevó a un rincón. Con una voz sincera, le preguntó: “Abidin, tengo la sensación de que tú y Suna tienen algo especial entre ustedes. ¿Podrías compartirlo conmigo?”
Abidin, por un momento, se sintió incómodo, pero luego asintió y admitió la verdad. Le dijo a Pelin que había estado enamorado de Suna desde hacía mucho tiempo, pero nunca se había atrevido a expresarlo. Temía que sus sentimientos pudieran afectar la amistad entre ellos.
Pelin sonrió y dijo: “Me alegra saber eso. Tú y Suna son una gran pareja. Siempre apoyaré a los dos.