Kazim era como una bestia herida, corriendo desenfrenado por toda la mansión. Cada habitación, cada rincón oscuro, era revisado minuciosamente. La desaparición de Suna lo había hecho perder el control. La ira ardía en su interior, quemando toda su razón.
Cuando descubrió la verdad de que Suna había escapado con la ayuda de Seyran, Kazim enloqueció. No podía aceptar que su hija se atreviera a rebelarse contra él. Su furia se desató sobre Esme, su esposa, a quien culpaba por no haber controlado a los niños.
Los gritos desesperados de Esme desgarraron el silencio de la mansión. Ella suplicaba a su esposo que se calmara, que perdonara a Suna. Pero Kazim ya no escuchaba nada. En su mente solo quedaba un objetivo: vengarse de Seyran.
La furia de Kazim trajo consigo consecuencias imprevisibles. La relación entre él y Esme se volvió tan tensa que se rompió. Esme, quien siempre había sido una mujer amable, ahora se había vuelto más fuerte y decidida. No podía permitir que su esposo siguiera lastimando a nadie más.
Mientras tanto, Seyran y Suna enfrentaban grandes dificultades al vivir fuera de la mansión. Tenían que encontrar una manera de sobrevivir y evadir la persecución de Kazim. La relación entre las dos hermanas se volvió aún más estrecha después de todo lo que habían vivido.