Catalina y Pelayo habían tomado una decisión importante: después de su boda, se mudarían lejos del palacio para comenzar una nueva vida juntos. La noticia, compartida con Simona, llenaba a Catalina de ilusión y esperanza, pero también de nostalgia. El palacio había sido testigo de toda su vida, con sus alegrías y tristezas, y dejarlo atrás no sería fácil. Sin embargo, ambos sabían que era el momento de dar ese paso y construir un hogar donde pudieran vivir libremente, lejos de las ataduras del pasado.
A pesar de su entusiasmo, acordaron esperar el nacimiento de su hijo antes de partir. Durante esos meses, Pelayo se dedicó a planear cuidadosamente cada detalle de su futuro, diseñando un lugar que pudiera ser un refugio para los tres. Catalina, por su parte, aprovechaba los días para despedirse de cada rincón del palacio, impregnándose de recuerdos mientras soñaba con el futuro que la esperaba. El amor y la colaboración entre ambos les daba fuerza para superar las dudas y los temores de lo desconocido.
Finalmente, con el nacimiento de su bebé, Catalina y Pelayo sintieron que el momento había llegado. Tomaron a su hijo en brazos y, con el corazón lleno de esperanza, abandonaron el palacio. Aunque dejaban atrás un capítulo importante de sus vidas, partieron sabiendo que lo más valioso lo llevaban consigo: su amor, su familia y la promesa de un nuevo comienzo juntos.