María, después de haber sido separada de su amiga Jana y relegada al trabajo bajo la estricta vigilancia de Doña Petra, comenzó a encontrar consuelo en su pequeño refugio secreto. Durante las largas y extenuantes jornadas de trabajo, lo único que le ofrecía un alivio momentáneo era la suavidad de la cama de Jana, que, aunque le estaba prohibido estar allí, se convirtió en un lujo que no podía dejar pasar. Las horas de descanso que pasaba en ese rincón privado eran los pocos momentos en los que sentía algo parecido a la paz. Pero su felicidad no duró mucho tiempo.
Una mañana, mientras María disfrutaba de unos minutos de tranquilidad en la cama de Jana, la figura imponente de Doña Petra apareció en la puerta. La marquesa, al verla, se llenó de furia. En un instante, la tensión llenó la habitación y, sin mediar palabra, comenzó a gritarle a María, acusándola de romper las reglas y de ser una irresponsable. El castigo fue inmediato y severo: Petra ordenó que María fuera llevada al establo, donde debía pasar el resto del día realizando trabajos duros bajo el sol abrasador, como una muestra de disciplina.
La situación escaló aún más cuando la Marquesa, al enterarse del incidente, decidió intervenir. En lugar de castigar personalmente a María, optó por imponer una sanción colectiva, exigiendo que todos los trabajadores se alinearan con su decisión de castigarla. Sin embargo, lo que no había anticipado Petra era la división que su intervención causaría entre los miembros de la hacienda. Algunos trabajadores, que siempre habían visto en María a una joven respetuosa y trabajadora, comenzaron a defenderla, clamando que su castigo era desmedido y cruel. Otros, sin embargo, liderados por la férrea Doña Petra, no dudaron en exigir su expulsión inmediata, asegurando que la disciplina de la hacienda no podía ser puesta en duda.
El conflicto creció rápidamente y los ecos de la disputa resonaron por todo el establecimiento. Los trabajadores se dividieron en dos bandos irreconciliables, y el ambiente, que antes era de relativa armonía, se llenó de tensión. Las alianzas que habían sido cuidadosamente mantenidas a lo largo de los años comenzaron a resquebrajarse, y el respeto por las reglas de “La Promesa” fue desafiado.
María se vio atrapada en el centro de este caos, sin saber cómo había llegado a convertirse en el eje de un conflicto tan grande. Mientras tanto, Jana, que estaba lejos de todo esto, trataba de encontrar una forma de ayudar a su amiga sin poner en peligro su propia seguridad. Sin embargo, la situación estaba fuera de control, y parecía que el enfrentamiento no terminaría sin consecuencias graves. “La Promesa” ya no era el lugar armonioso que una vez fue, sino un campo de batalla donde las reglas, la lealtad y la amistad se ponían a prueba como nunca antes.