Durante el desayuno, la luz suave de la mañana entraba por las ventanas de la casa, iluminando la mesa donde Cruz, con su característico entusiasmo, anunciaba la noticia con una sonrisa amplia.
— “Manuel, Jana, es hora de formalizar vuestra unión. Esta noche organizaremos una fiesta de pedida de mano.”
Jana sintió como si el aire se escapara de sus pulmones, como si de repente todo su cuerpo se hubiera vaciado de energía. Su rostro permaneció impasible, pero en su interior se desató un torbellino de emociones. Cruz, con su sonrisa enigmática, no parecía notar la preocupación que se reflejaba en sus ojos. Jana sabía que aquella fiesta no era simplemente un evento alegre. Algo más se ocultaba tras la celebración, algo que ella no lograba descifrar.
María Fernández, una amiga cercana y confidente de Jana, la miró con preocupación y le susurró al oído:
— “Mantente firme, Jana. No te dejes arrastrar por lo que él quiere.”
Aunque las palabras de María la reconfortaron, el miedo seguía siendo una sombra que no la abandonaba. ¿Qué le habría pedido Cruz a Manuel a cambio de esa fiesta? Jana no podía evitar preguntarse qué tipo de trato o compromiso se escondía tras esa celebración tan aparentemente inofensiva. A lo largo de los días, la intriga fue creciendo, y Jana se dio cuenta de que no podía quedarse con la duda. Algo dentro de ella la impulsaba a descubrir la verdad, aunque eso significara enfrentarse a un peligro desconocido.
Esa noche, mientras la fiesta de pedida de mano se desarrollaba con su atmósfera festiva, Jana no podía dejar de observar a Cruz y Manuel. Sus miradas, sus gestos, algo no encajaba. Lo que parecía ser una ocasión de celebración podría ser el inicio de un juego peligroso. Y lo peor de todo era que si llegaba a descubrir la verdad, no sabía qué consecuencias tendría para ella y su futuro.