Bajo la dirección de Cruz, Pelayo comenzó a convencer a Catalina de que deberían dejar La Promesa después de la boda para comenzar una nueva vida, solo ellos dos y el bebé que estaba por nacer. Pensaba que dejar La Promesa sería un nuevo comienzo para los tres, libres de las ataduras familiares y las reglas que los rodeaban. Pero para Catalina, tomar esta decisión no era fácil. Amaba profundamente a Pelayo, y ese amor era lo suficientemente fuerte como para hacerla querer dejarlo todo y empezar una vida nueva a su lado. Sin embargo, el lazo con su familia era igualmente fuerte, y le resultaba difícil cortar ese vínculo con La Promesa, el lugar donde creció y que su familia valoraba tanto.
Confusa y sin saber qué decidir, Catalina pensó en una manera de aliviar la atmósfera tensa. Decidió invitar a toda la servidumbre a su boda con Pelayo, un gesto que no solo demostraba su conexión con la familia, sino también su deseo de no romper completamente con las personas que siempre estuvieron a su lado. Sin embargo, esta decisión no fue bien recibida por todos. Los Marqueses, quienes siempre valoraron la tradición, sintieron que Catalina había deshonrado la solemnidad de la boda al permitir que toda la servidumbre asistiera. Consideraron que esta acción rompía las reglas y las tradiciones familiares de mucho tiempo.
A pesar de sentirse agotada por la presión de todos los lados, Catalina se mantuvo firme en su decisión. Su boda se celebró con la presencia de todos, pero en su corazón, una lucha interna continuaba. ¿Elegiría el amor de Pelayo y construir una nueva vida, o seguiría unida a su familia y a lo que La Promesa representaba? Esa pregunta seguía sin respuesta, y Catalina debía encontrar su propio camino.