Jana entró en el comedor de la familia Cruz con una extraña sensación de nerviosismo. No estaba preparada para esta cena, ya que Cruz le había pedido que asistiera sin previo aviso. No tenía un vestido adecuado, solo llevaba un vestido sencillo, pero eso no la detuvo de intentar hacer lo mejor que podía. La sensación de no pertenecer a ese lugar la invadía mientras se sentaba a la mesa, con el corazón apretado por las miradas inquisitivas.
Todos comenzaron a comer, y se sirvió un plato de camarones apetitosos. Jana miró el platillo, sintiendo una gran incomodidad. No sabía cómo comer los camarones de manera elegante, y cada vez que extendía la mano, sentía que todas las miradas estaban sobre ella. Los camarones frescos, tan sabrosos, se convirtieron en un obstáculo entre ella y la integración que tanto deseaba. Vio cómo Cruz sonreía con una mirada cargada de significado, como si disfrutara de cada momento.
Martina y Catalina, las mujeres de la familia, notaron la incomodidad de Jana. Intentaron desviar la conversación para aliviar la tensión, pero cada pregunta y cada tema la hacían sentir aún más ajena. Trataba de responder y sonreír, pero en su interior solo se preguntaba: “¿Lo estaré haciendo bien?”
Con cada segundo que pasaba, Jana se dio cuenta de que integrarse en este mundo ajeno no era una tarea fácil. Aunque intentaba agradar a todos, seguía sintiéndose como una extraña, incapaz de encontrar su propio camino. Miró a Cruz, que seguía allí sentado, sonriendo, pero sus ojos parecían desafiarla, y una sensación de inseguridad volvió a invadir su corazón.