Tras una intensa discusión con Petra, Cruz tomó una decisión drástica para calmar la tensión: ofreció a doña Pía el prestigioso puesto de doncella personal. Pía, sorprendida por la propuesta, aceptó, pero solo después de asegurarse de que su nuevo cargo viniera acompañado de un aumento de sueldo significativo. Con este aumento, Pía no solo consolidó su puesto, sino que también aprovechó para exigir que Petra la tratara con el respeto que consideraba merecer como parte de su nuevo estatus, algo que Petra aceptó a regañadientes, aunque con evidente desdén.
Este cambio no solo alteró la dinámica entre las dos mujeres, sino que también desató nuevas tensiones dentro de La Promesa. Los murmullos comenzaron a esparcirse entre los sirvientes, y muchos empezaron a cuestionar la verdadera razón detrás del ascenso de Pía. Mientras tanto, Pía, segura de su nuevo poder, se empeñó en demostrar que no había sido un simple golpe de suerte, sino que realmente merecía su puesto. Decidida a ganarse el respeto de todos, comenzó a imponer su autoridad de manera firme y calculada.
Petra, por su parte, no estaba dispuesta a dejarse dominar tan fácilmente. Aunque aceptó tratar a Pía con más respeto debido a su nueva posición, su resentimiento seguía latente, lo que generaba una creciente tensión entre las dos mujeres. Mientras Pía se afirmaba en su rol, Petra comenzó a maquinar formas de recuperar su terreno, lo que solo alimentaba la rivalidad entre ellas. La tensión se palpaba en el aire y cualquier pequeño desliz o enfrentamiento podía desencadenar una nueva confrontación.
La lucha por el poder dentro de La Promesa había comenzado. Pía no solo debía demostrar que merecía su ascenso, sino también mantener su posición frente a las constantes amenazas de Petra y los desafíos de otros que veían en ella una rival a vencer. Cada paso que daba estaba marcado por la necesidad de demostrar que su lugar no era fruto de la casualidad, sino de su ambición y capacidad para mantenerse firme en medio de las adversidades.