Jana siempre sentía que vivía en un mundo diferente. Aunque estaba acostumbrada a sentirse desconectada, la señora Ros, quien la supervisaba y entrenaba, hacía que esa sensación fuera aún más intensa. La señora Ros era una mujer estricta, dura y nunca mostraba compasión hacia Jana. “Tú no perteneces a este mundo”, solía decir, lo que hacía que Jana se sintiera como una extraña entre los demás. La presión constante que ejercía la señora Ros a veces casi la hacía rendirse, pero, curiosamente, fue la dureza de la mujer lo que permitió que Jana desarrolara sus habilidades. Poco a poco, comenzó a adaptarse, a superar los desafíos impuestos por la señora Ros, y a desarrollar una inteligencia y determinación que nunca imaginó que poseía.
Sin embargo, después de un largo período de sufrimiento, Jana comenzó a darse cuenta de que la señora Ros no solo quería entrenarla de manera convencional. Cruz, un amigo cercano del grupo, le reveló una sorprendente noticia: la señora Ros planeaba someter a Jana a un desafío aún más riguroso, una prueba que no solo pondría a prueba sus habilidades, sino también su lealtad. Esta era la oportunidad que la señora Ros creía que definiría si Jana era lo suficientemente fuerte como para seguir adelante. Jana se sintió atrapada, sin poder regresar pero sin saber cómo avanzar.
Frente al desafío que la señora Ros le proponía, Jana tuvo que enfrentarse a una decisión crucial: ¿debería continuar soportando la presión de esta vida, aunque la estuviera haciendo perder poco a poco su identidad, solo para proteger a las personas que amaba? ¿O debería rendirse y regresar a la vida normal que alguna vez soñó? Sacrificio por los seres queridos o libertad personal: esa era la pregunta que Jana debía responder. Y cuanto más lo pensaba, más se daba cuenta de que no había un camino fácil, cada elección venía acompañada de un precio que debía pagar.