La Promesa: Cruz y el Desafío de Convencer a Don Rómulo y Doña Pía

La fiesta opulenta en la familia Urbizu se celebraba en un antiguo castillo, con luces de vela que iluminaban suavemente la sala, creando una atmósfera elegante. La música suave llenaba el aire, pero bajo la superficie, se respiraba tensión. Cruz se encontraba en el centro de la sala, tratando de mantener la calma mientras las miradas afiladas de los Duques de la casa de Infantes se fijaban en él. Ellos eran personas de gran poder, pero también llenos de sarcasmo y celos.

Cruz podía sentir los comentarios velados que se intercambiaban, historias no oficiales que todos podían escuchar, pero nadie se atrevía a enfrentar. Cada palabra, cada gesto suyo era examinado de cerca. Sabía que este no era un encuentro cualquiera, sino un juego de poder peligroso.

En medio de la tensión, uno de los Duques, Don Alfonso, se acercó a Cruz con una sonrisa intrigante. “Cruz, tenemos una propuesta para ti”, dijo, con un tono que sonaba a desafío. “Si puedes convencer a Don Rómulo y Doña Pía de regresar a La Promesa, nosotros aceptaremos un tratado de paz temporal. ¿Qué opinas?”

Cruz miró a Don Alfonso, su corazón comenzó a latir más rápido. Esta era una oportunidad valiosa, pero también un gran desafío. Convencer a Don Rómulo y Doña Pía, personas de carácter fuerte y orgullo inquebrantable, no era algo que había considerado jamás. Además, esto podría dañar su reputación ante los demás. Pero si rechazaba la oferta, los Duques Infantes nunca aceptarían ningún trato con él.

Cruz no podía negar que negociar con Don Rómulo y Doña Pía sería una gran dificultad. Pero se dio cuenta de que, para mantener la paz, podría tener que sacrificar parte de su orgullo. Durante años, Cruz se había movido en el mundo del poder y el ego, pero ahora entendía que, a veces, los sacrificios eran necesarios para avanzar.

Toda la familia Urbizu y los Duques Infantes observaban a Cruz, esperando su respuesta. Todos sabían que una decisión equivocada podría tener consecuencias imprevistas.

Cruz sabía que necesitaba tiempo para pensar cuidadosamente. Regresó a su pequeña habitación en el castillo, donde podría estar solo y reflexionar sobre esta decisión. Se preguntaba si podría lograr su objetivo sin perder su dignidad.

Cuando llegó el momento del encuentro, Cruz decidió entrar con una mentalidad firme pero flexible. Convenció a Don Rómulo y Doña Pía de que su regreso era necesario, no solo por el bien de la familia, sino también por el de La Promesa y sus relaciones con los Duques Infantes. No les pidió que renunciaran a su orgullo, sino que buscó una solución temporal para abrir la puerta a la paz.

Finalmente, Don Rómulo y Doña Pía aceptaron regresar, aunque no sin reservas. Cruz entendió que, aunque había alcanzado su objetivo, el sacrificio de su orgullo durante el proceso le había cambiado. Ya no era solo alguien que buscaba poder, sino una persona dispuesta a hacer lo necesario para mantener la paz.

En la fiesta, Cruz regresó al lugar donde los Duques Infantes lo esperaban. Había tenido éxito. Pero el precio a pagar no fue algo fácil de aceptar.

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