Kazim se encontraba frente a Seyran, con los ojos rojos de ira. El dolor por la pérdida de Suna, la hija que tanto amaba, lo había convertido en un monstruo. Ya no era el hombre cariñoso de antes, sino una sombra llena de odio.
“¡Tú ayudaste a Suna a escapar! ¡Vas a pagar por ello!” rugió Kazim, sujetando el cuello de Seyran con fuerza. Ella intentaba zafarse, pero era inútil. En ese momento, Suna, que se había estado escondiendo en la oscuridad, saltó de su escondite. “¡Papá, no le hagas daño!” gritó, con los ojos llenos de lágrimas.
Kazim no escuchó el grito de su hija. En su furia, no podía distinguir quién tenía razón. Levantó su brazo, listo para golpear a Seyran con toda su fuerza. Pero antes de que pudiera actuar, la puerta principal se abrió de repente. Ferit, respirando agitado, irrumpió en la habitación.
“¡Detente!” gritó Ferit, empujando a Kazim lejos de Seyran. La abrazó, protegiéndola de la ira de Kazim. “¿Qué demonios estás haciendo?” interrogó Ferit a Kazim, con los ojos llenos de furia.
Kazim miró a Ferit, con los ojos vacíos. No podía creer que Ferit se atreviera a enfrentarse a él. “¡Ella me traicionó!” gritó Kazim. “¡Ella ayudó a Suna a escapar!”
“¡Suna se fue porque quería ser libre!” respondió Ferit. “¡Y ella no hizo nada malo!”
Se desató una feroz discusión entre Kazim y Ferit. Mientras tanto, Seyran y Suna se abrazaban fuertemente, con lágrimas cayendo de sus ojos. Ambas se sentían pequeñas e impotentes ante la furia de Kazim.