La tenue luz iluminaba la amplia habitación de la mansión Korhan. Seyran y Suna, dos hermanas bellas, vivían en la sombra de su padre autoritario, Kazim. Siempre estaban atrapadas en el miedo y la opresión bajo el estricto control de su progenitor.
Esa noche, el ambiente se tornó aún más tenso cuando Kazim irrumpió inesperadamente en la habitación. Sus ojos, inyectados de sangre, estaban llenos de ira y locura. Se dirigió directamente hacia Seyran, la tomó por el cuello de su camisa y rugió: “¿Dónde está? ¿Dónde la escondiste?”
Seyran, asustada, no entendía por qué su padre estaba tan enfurecido. Intentó explicarse, pero Kazim no estaba dispuesto a escuchar. Suna, al ver la escena, sintió el miedo apoderarse de ella, pero también una profunda indignación. Sabía que, si no hacía algo, ambas estarían en peligro.
En un momento decisivo, Suna actuó. Con los ojos llenos de lágrimas y el corazón rebosante de valentía, tomó la lámpara de mesa cercana y la golpeó fuertemente contra la cabeza de Kazim. El ruido resonó en toda la habitación; Kazim cayó al suelo inconsciente, dejando un charco de sangre que se extendía por el suelo.
Seyran y Suna se abrazaron fuertemente, el miedo todavía reflejándose en sus rostros. No sabían si Kazim estaba muerto o no, ni si tendrían que enfrentar consecuencias aún más graves.
Al recobrar la calma, las hermanas decidieron llamar a una ambulancia. No querían que nadie asumiera la responsabilidad de lo que habían hecho, pero tampoco podían permitir que Kazim continuara haciéndoles daño a ellas y a otros.
Después de que Kazim fuera trasladado al hospital, la policía llegó para iniciar la investigación. Seyran y Suna contaron toda la historia. Aunque Kazim sobrevivió, quedó gravemente herido y ahora debía enfrentarse a la justicia.
Tras ese traumático suceso, la vida de Seyran y Suna cambió por completo. Finalmente, fueron liberadas de la opresión de su padre y pudieron vivir en libertad. Sin embargo, las sombras de su pasado aún las seguían atormentando.