Ferit, en su extrema ira y dolor, hizo una petición cruel para salvar a Suna: Seyran debía aceptar estar a su lado. Seyran quedó paralizada. Ella amaba a Ferit, pero ese amor siempre había estado reprimido por malentendidos y barreras. Ahora, para proteger a su hermana, se veía obligada a sacrificar su propia felicidad.
Con el corazón adolorido, Seyran entró en la habitación de Ferit. Sus ojos reflejaban tristeza, pero también contenían una intensa determinación. Llevaba un delicado camisón y se recostó junto a él. En ese momento, el tiempo parecía detenerse. Ferit la miraba, y su mirada era extrañamente compleja. Justo cuando Seyran pensaba que él haría algo, Ferit le hizo una pregunta que la dejó estupefacta: “¿Crees que soy alguien capaz de exigir amor de forma cruel?”
Esa pregunta fue como una puñalada en el corazón de Seyran. Nunca había pensado que Ferit se sentiría así. Estaba dispuesta a sacrificarlo todo, ¿pero él la rechazaba? Seyran no podía entenderlo. Ferit salió de la habitación, dejándola sola en su asombro y dolor.
En los días que siguieron, Seyran no dejaba de preguntarse por qué Ferit había actuado de esa manera. Lo buscó para pedirle explicaciones, pero Ferit solo sonrió de forma enigmática. “Solo quiero que entiendas que el amor no puede forzarse. Si no me amas, estar juntos solo nos haría daño a ambos”.
Las palabras de Ferit hicieron que Seyran reflexionara mucho. Se dio cuenta de que se había enfocado tanto en proteger a su hermana que había olvidado sus propios sentimientos. Amaba a Ferit, pero temía ese amor. Temía ser herida, temía enfrentar la complejidad de esa relación.
Mientras tanto, Ferit también luchaba con sus propios sentimientos. Amaba a Seyran, pero no quería que ella se sacrificara por él. Quería que ella fuera realmente feliz. Ferit sabía que solo la sinceridad podía construir una relación duradera.
Después de muchos días de reflexión, Seyran decidió expresar todo lo que sentía. Confesó su amor a Ferit y expresó su arrepentimiento por no haber confiado en él. Ferit la escuchó, y su corazón se llenó de alegría. La abrazó con fuerza y le dijo: “Yo también te amo, Seyran”.