Después de su conversación con Begoña, Julia se sintió como perdida en un laberinto misterioso. Los sueños inquietantes y las imágenes borrosas del pasado la perseguían, atormentándola constantemente. Cada noche, caía en pesadillas aterradoras, donde figuras familiares aparecían con expresiones tristes y doloridas. Julia se dio cuenta de que había secretos mucho más profundos de lo que alguna vez pensó sobre su familia.
La aparición de Begoña despertó en Julia un deseo ferviente de descubrir la verdad. Comenzó a rebuscar en los viejos diarios de su madre, buscando pistas sobre el pasado. Las letras desordenadas y las fotos amarillentas comenzaron a revelar una historia llena de sufrimiento y tragedia. Julia descubrió que su madre había amado a otro hombre, y ese amor fue la causa de las grandes turbulencias en su familia.
Fina y Marta se mudaron a su nuevo hogar, donde podían expresar libremente su amor. Su vida estaba llena de risas y alegría. Pero, en lo más profundo de su ser, Fina seguía preocupada por el futuro. Temía que algún día su relación fuera descubierta y tuvieran que enfrentarse a la oposición de la familia y la sociedad.
Marta trató de disipar las preocupaciones de Fina. Le prometió que siempre estaría a su lado, enfrentando juntas cualquier dificultad. Sin embargo, ¿serían suficientes esas promesas para borrar los prejuicios sociales?
Mateo estaba emocionado mientras preparaba su boda. Había invitado a don Agustín para que oficiara la ceremonia, esperando que la presencia del respetado sacerdote trajera suerte a su vida matrimonial.
Don Agustín se sintió muy contento de que Mateo lo hubiera invitado. Sabía que oficiar la boda de Mateo no solo era un honor, sino también una gran responsabilidad. Decidió hacer todo lo posible para convencer a don Pedro de que asistiera a la boda.
Don Agustín buscó a don Pedro y le habló del amor sincero de Mateo hacia la novia. Esperaba que, por el amor a su nieto, don Pedro dejara de lado las rencillas del pasado y acudiera a bendecir la unión de Mateo.