Rómulo, un hombre conocido por su lealtad y sensatez, se encontraba en una situación delicada. Tras el reciente enfrentamiento entre Ricardo y Pía, la atmósfera en La Promesa se había vuelto insoportable. Ambos, que ahora tendrían que trabajar codo a codo, eran como dos fuerzas opuestas dispuestas a chocar en cualquier momento. Viendo el impacto que este conflicto podría tener en la armonía de la casa, Rómulo decidió intervenir. Sabía que si no lograba mediar entre ellos, las tensiones podrían hacer colapsar todo el esfuerzo de colaboración que requería el trabajo conjunto.
Un día, tras un largo día de trabajo, Rómulo convocó a Ricardo en privado. Le pidió que se sentaran juntos, sin testigos, para hablar de la situación. Con voz calmada, pero firme, le suplicó que dejara atrás los rencores hacia Pía. “Sé que lo que ha sucedido entre ustedes es doloroso, pero no podemos seguir viviendo en este ambiente de enemistad. Ahora, más que nunca, necesitamos unir fuerzas”, dijo Rómulo, mirando fijamente a Ricardo.
Ricardo, sin embargo, no compartía el mismo optimismo. Aunque sabía que la confrontación abierta no beneficiaba a nadie, su corazón aún estaba lleno de resentimiento. “Lo que Pía hizo no se olvida tan fácilmente”, respondió con voz áspera. “Pero entiendo que no podemos dejar que mis emociones interfieran en el trabajo. Haré lo que sea necesario para que las cosas funcionen, pero no prometo olvidar lo sucedido”. Su tono era una mezcla de amargura y aceptación forzada.
La tregua que había alcanzado Rómulo no era más que una fachada frágil, una solución temporal que no convencía completamente a ninguno de los dos. Mientras Rómulo veía cómo se extendía ese acuerdo incómodo entre ellos, no podía evitar sentir una creciente preocupación. Sabía que bajo la superficie, las tensiones seguían aumentando y que, tarde o temprano, algo más grande que palabras calladas podría hacer estallar esa frágil calma.
Rómulo temía que, en el momento menos esperado, esa fachada se desmoronara y el conflicto que había intentado evitar con tanto empeño volviera a surgir, más fuerte que nunca. ¿Cuánto tiempo más podrían sostener esa mentira entre ellos? ¿Sería posible que pudieran trabajar juntos sin que las emociones del pasado afectaran el futuro? La pregunta seguía rondando en su mente, mientras el peso de la mediación lo acompañaba a cada paso.