El Conde de Ayala estaba en un estado de furia incontenible. Tras enterarse de la grave enfermedad de Eugenia, su mente se nubló por la ira y la frustración. Estaba convencido de que Lorenzo era el responsable de la tragedia que había caído sobre ella. En un arrebato de rabia, irrumpió en la sala de La Promesa, donde Cruz y varios de los habitantes de la mansión se encontraban. “¿Cómo has permitido que un hombre como él siga en esta casa? ¡Es culpable de la enfermedad de Eugenia!” acusó con voz temblorosa de ira, señalando a Lorenzo.
Cruz se quedó en silencio por un momento, la acusación sorprendiendo incluso a quienes la escuchaban. La tensión era palpable, y la mirada desafiante del Conde sólo alimentaba el clima de hostilidad. Ignacio, que había presenciado la escena, intervino rápidamente para tratar de calmar los ánimos. “No es lo que parece, Ayala. Voy a aclarar todo esto”, dijo con voz firme, buscando poner fin al conflicto. Pero el Conde, lejos de calmarse, se mantuvo inflexible. Su rostro se endureció aún más y, antes de retirarse, lanzó una nueva advertencia, una amenaza que dejó a todos inquietos. “Y cuidado con el Capitán de la Mata. Es un enemigo encubierto, una amenaza directa para la Marquesa”, dijo con desdén, antes de marcharse sin dar tiempo a una respuesta.
Cruz, ahora atrapada entre los rumores y las acusaciones, sentía que el peso de la duda caía sobre ella. No sabía si debía confiar en lo que el Conde decía sobre Lorenzo, ni en las insinuaciones de Ayala sobre el Capitán de la Mata. La incertidumbre la rodeaba, y la decisión que debía tomar parecía más difícil con cada palabra que escuchaba. Mientras tanto, Lorenzo, ajeno a todo lo que se estaba conspirando a su alrededor, seguía moviéndose en las sombras, tejiendo su propia red de intrigas y manipulaciones. Nadie sabía realmente cuáles eran sus verdaderos motivos, pero la atmósfera de traición que se había creado en La Promesa presagiaba que los días por venir serían aún más oscuros.