Era un día común en la tienda, pero para Fina, esa jornada de trabajo se iba a convertir en algo completamente inesperado. Mientras atendía a los clientes, vio a Santiago entrar nuevamente. Esta vez, su actitud era diferente: más agresiva, más desafiante. Sin previo aviso, comenzó a gritar, su voz llena de furia. “¡Fina es injusta! ¡Nadie me trata así!” sus palabras resonaban por toda la tienda, causando que los clientes se miraran entre sí, visiblemente incómodos y asustados. Fina, aunque temblando por dentro, trató de mantener la calma y controlar la situación, pero el ambiente se volvía cada vez más tenso.
En medio del caos, uno de los clientes, preocupado por la seguridad, sacó su teléfono y llamó a la policía. Poco después, las sirenas se escucharon a lo lejos, y los agentes llegaron al lugar. Santiago, al ver a los policías, se mostró aún más alterado y comenzó a resistirse. “¡Esto es un malentendido! ¡No quiero que me saquen!” gritaba mientras intentaba justificarse, pero sus palabras caían en oídos sordos. Los oficiales, acostumbrados a manejar este tipo de situaciones, lo guiaron fuera de la tienda.
Fina, todavía temblando por la situación, se acercó a los agentes. Aunque su miedo era palpable, se sintió decidida a dar el siguiente paso. “Quiero presentar una denuncia formal”, dijo, su voz firme a pesar de los nervios. Los policías tomaron su declaración, y ese mismo día, la vida de Fina comenzó a cambiar. Gracias a la denuncia y a su valentía, el juez emitió una orden de alejamiento contra Santiago, lo que significaba que ya no podía acercarse a Fina ni a la tienda.
Esa jornada, que había comenzado como cualquier otra, marcó un punto de inflexión en la vida de Fina. Ya no estaba dispuesta a tolerar el abuso ni el miedo. Con la orden de alejamiento, por fin sentía que podía retomar el control de su vida, sabiendo que había tomado la decisión correcta.