Era una tarde tranquila en Perfumerías de la Reina. Fina, con su uniforme impecable y concentración absoluta, estaba ordenando los estantes repletos de fragancias elegantes. El delicado aroma de los perfumes llenaba el ambiente, creando una atmósfera de lujo y serenidad. Sin embargo, esa calma se rompió de repente cuando la puerta de la tienda se abrió con un tintineo, dejando entrar a Santiago. Caminaba tambaleándose, con los ojos vidriosos y un fuerte olor a alcohol que no pasaba desapercibido. Al verlo, Fina sintió una mezcla de incomodidad y resignación, sabiendo que este encuentro no traería nada bueno.
Santiago se acercó con paso inseguro, pero con la determinación de insistir una vez más. “Fina, tenemos que hablar,” dijo, su voz temblorosa pero lo suficientemente alta como para que algunos clientes se giraran a mirar. A pesar de sus intentos por mantener la calma, Fina sintió cómo la tensión se acumulaba en el ambiente. “Santiago, ya te lo he dicho muchas veces, no estoy interesada,” le respondió con paciencia, tratando de no llamar más la atención. Sin embargo, él no quería escuchar razones y comenzó a elevar el tono, gesticulando con las manos mientras insistía en que merecía “una oportunidad”. El ruido comenzó a incomodar a los clientes, que cuchicheaban mientras fingían seguir mirando los productos.
Finalmente, la gerente intervino, cortando el incómodo intercambio con un tono firme. “Señor, debe abandonar la tienda ahora mismo,” dijo, cruzando los brazos frente a Santiago. Este, visiblemente frustrado, lanzó una mirada oscura hacia Fina, una mirada que la hizo estremecerse. “Esto no termina aquí,” murmuró antes de dar media vuelta y salir tambaleándose por la puerta. Mientras la tienda recuperaba su calma, Fina respiró profundamente, tratando de tranquilizarse. Aunque la gerente le ofreció apoyo y palabras de consuelo, aquella última mirada de Santiago quedó grabada en su mente, dejándole claro que el problema no había terminado.