La tensión entre Catalina y Cruz había ido creciendo con el paso de los días. Ambas habían demostrado ser competentes en su trabajo, pero sus enfoques eran tan diferentes que la rivalidad comenzó a convertirse en algo más personal. Catalina, joven y llena de entusiasmo, siempre estaba buscando nuevas formas de impresionar. Su energía contagiosa y sus soluciones rápidas la hacían destacar, pero su falta de experiencia la ponía en conflicto con Cruz, quien, con años de trayectoria, tenía un enfoque más meticuloso y autoritario.
Un día, después de una discusión sobre cómo organizar mejor la cocina, ambas decidieron que la única forma de resolver quién era más eficiente era con una competencia directa. Catalina, confiada en su rapidez, comenzó a responder rápidamente a cada tarea, mientras Cruz mantenía el control, dirigiendo a todos con precisión y calma. Sin embargo, la competencia tomó un giro inesperado cuando Lorenzo y Curro, los ayudantes del servicio, decidieron “ayudar” pero terminaron desordenando todo. En su intento por preparar los desayunos, mezclaron los ingredientes de manera caótica, creando una serie de desastres: panecillos quemados, mermelada derramada y un batido completamente mal hecho.
La situación culminó cuando, en medio del caos, Cruz y Catalina se encontraron cara a cara, ambas tratando de corregir los errores que los demás habían causado. En un momento de distracción, un saco de harina cayó al suelo, explotando en el aire y cubriendo a todos en una nube blanca. Por un instante, la sala quedó en silencio, hasta que todos comenzaron a reírse a carcajadas. Catalina, con harina en la cara, miró a Cruz y sonrió, reconociendo que no todo tenía que ser una competencia.
Cruz, también cubierta de harina, se acercó a ella con una sonrisa. “Parece que las cosas no siempre salen como planeamos, ¿verdad?”, dijo, mientras sacudía la harina de su uniforme. Catalina asintió, dándose cuenta de que, aunque sus métodos fueran diferentes, ambos aportaban algo valioso al equipo. “Creo que lo mejor es trabajar juntas, no competir”, dijo Catalina, finalmente comprendiendo la lección.
Ambas, agotadas pero satisfechas, se dieron cuenta de que, a pesar de sus diferencias, cada una tenía su propio valor y que, al unirse, podían lograr mucho más que si se enfrentaban entre sí. El día terminó con más risas que frustraciones, y, a partir de ese momento, la rivalidad se transformó en una colaboración respetuosa, donde cada una respetaba el estilo de la otra, reconociendo que el éxito no siempre se mide en rapidez o autoridad, sino en la capacidad de trabajar juntas.