La Promesa: Cruz al Rescate, El Banquete que Se Salvó a Última Hora

En el sueño de María, un gran banquete se llevaba a cabo en honor a las hermanas del Marqués de Luján, Simona y Candela. La atmósfera estaba llena de risas, murmullos y una elegante decoración, mientras los invitados llegaban para celebrar el evento en la imponente mansión. Los sirvientes corrían de un lado a otro, preparando todo con esmero bajo la supervisión de Cruz, la ama de llaves, siempre impecable en su traje oscuro y su actitud firme. Sin embargo, lo que parecía ser una fiesta perfecta se convirtió rápidamente en un caos de proporciones épicas.

Lorenzo y Curro, dos de los cocineros más reconocidos de la región, estaban encargados del menú del evento. A pesar de ser talentosos, los nervios y la presión parecían jugarles una mala pasada. El primer desastre ocurrió cuando la sopa que estaban preparando se volvió salada, tanto que el aroma a mar salado invadió la cocina. Curro miró a Lorenzo con ojos desorbitados. “¡Esto no puede ser! ¿Qué hicimos mal?” Lorenzo, rascándose la cabeza, suspiró. “No sé, Curro, pero esto va a ser un desastre.”

Mientras tanto, en el horno, el pastel que tanto tiempo habían cuidado se había quemado por completo. El aroma a quemado se mezcló con el de la sopa salada, creando una atmósfera caótica y frustrante. Las frutas, cuidadosamente dispuestas en una fuente, cayeron al suelo cuando alguien tropezó con la mesa. “¡Ay, no!” gritó Catalina, quien junto con Martina, las doncellas encargadas de organizar todo el evento, intentaba recoger las piezas de fruta mientras discutían acaloradamente sobre quién tenía la culpa de que todo se estuviera desmoronando.

Catalina, con su habitual tono autoritario, acusaba a Martina de ser demasiado despistada. “¡Te dije que tuvieras cuidado al mover la mesa, Martina! Ahora mira lo que has hecho.” Martina, visiblemente molesta, replicó: “¡No es solo mi culpa, Catalina! Lorenzo y Curro han quemado todo, y yo estoy aquí, recogiendo lo que puedo.”

El caos parecía imposible de manejar, y las tensiones subían en la mansión. Pero entonces, Cruz entró en la cocina con su presencia serena y su mirada afilada. “Dejen de discutir y sigan mi ejemplo”, ordenó con calma. Con una habilidad asombrosa y un sentido de organización sin igual, Cruz comenzó a reorganizar el evento. Con su toque maestro, rescató lo que quedaba de la comida, redirigiendo la atención hacia platos más simples pero sabrosos: una sopa de verduras modesta, un pastel de manzana sencillo y una fuente de frutas frescas que rápidamente reemplazó la caída.

Finalmente, el banquete comenzó, y los Marqueses de Luján, Simona y Candela, se sentaron a la mesa. Para sorpresa de todos, parecían disfrutar mucho más de los platos sencillos y humildes que de los elaborados que habían intentado preparar con tanto esfuerzo. La risa comenzó a llenar la sala cuando, al descubrir la verdad, todos se dieron cuenta de que la perfección no estaba en los complejos banquetes, sino en lo simple y en la compañía que los rodeaba.

Entre risas y anécdotas, todos comprendieron que, al final, lo que realmente importaba no era la sofisticación del menú, sino la calidez y el esfuerzo que todos pusieron en el evento, por muy caótico que hubiera sido. Cruz, con su discreta sabiduría, había salvado el día una vez más.

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