La cena en la casa de Ferit siempre fue un momento para que la familia se reuniera, pero esa noche, el ambiente estaba tan tenso que se podía cortar con un cuchillo. Ferit, quien normalmente mantenía la calma, no pudo controlar más sus emociones. Sus ojos no dejaban de mirar a Seyran, y las palabras de reproche comenzaron a salir sin freno.
“Seyran, ¿realmente crees que puedes ocultarlo todo? ¿Crees que puedes seguir engañándome sin que lo descubra?” Ferit gritó, su voz afilada como una cuchilla, haciendo que el aire se volviera aún más denso. Las acusaciones no solo apuntaban a los secretos ocultos, sino también a los miedos que él había guardado durante tanto tiempo y que ahora no podía contener más.
Seyran, acostumbrada a las constantes acusaciones de su marido, ya no temía. Ella no agachó la cabeza ni derramó una lágrima como lo hacía antes. En lugar de eso, se levantó y lo miró fijamente, con una mirada firme. “No uses tus miedos para destruirme. Ya he soportado suficiente.” Sus palabras no fueron gritos, pero eran tan poderosas que resonaron en el aire, como una declaración de que ella ya no era la esposa sumisa de antes.
Las palabras de Seyran fueron un golpe para Ferit. Se quedó en silencio, incapaz de replicar. Por primera vez, se dio cuenta de que la mujer que él veía antes como débil y vulnerable ya no era la misma. Sus ojos, que antes buscaban la aprobación y la sumisión, ahora reflejaban una fortaleza que él no había notado antes.
Toda la familia estaba en silencio, nadie se atrevió a intervenir. Cada uno sentía la tensión en el aire, comprendiendo que no se trataba de una simple discusión, sino de un momento decisivo, uno que podría cambiar todo para siempre.
Después de un largo silencio, Seyran no dijo nada más. Se giró y salió de la sala de la cena sin mirar atrás, dejando a Ferit sentado allí, con la mente llena de preguntas y arrepentimientos. No entendía por qué todo había llegado tan lejos. Ella había soportado tanto, había sacrificado tanto, y él no se dio cuenta hasta ahora.
Seyran salió a la calle, buscando la calma que tanto necesitaba. Sabía que esta decisión no era fácil, pero también comprendía que ya era hora de levantarse y afirmar su lugar, de defender su dignidad. No podía seguir viviendo en el dolor y el sufrimiento solo por los miedos de Ferit.
Mientras tanto, Ferit se quedó en la mesa, con la mente desordenada. El dolor de darse cuenta de que él mismo había herido a su esposa, el arrepentimiento por sus impulsos, todo eso lo dejaba sin palabras. Se quedó allí, preguntándose si habría una oportunidad para arreglar las cosas o si todo ya estaba perdido.
Seyran se detuvo al final de la calle, respirando profundamente. No sabía a dónde iría, pero sí sabía que irse era lo correcto. Este era el momento para encontrar de nuevo su ser, para buscar la libertad y la felicidad que había perdido tanto tiempo atrás. Aunque no sería fácil, estaba lista para enfrentar todo, porque sabía que el cambio era necesario para que su vida fuera completa.