Tasio se encontraba frente a la puerta de la sala de reuniones, el corazón latiendo con fuerza. Finalmente, después de tantos años de vivir en las sombras, sería reconocido, ya no sería un extraño más. Sus hermanos De la Reina, aquellos que siempre lo habían tratado como a un desconocido, por fin verían que él era una parte indispensable de esta familia.
Con un paso firme, Tasio entró en la sala. Las miradas de sus hermanos se posaron en él. Solo Damián, el hermano mayor, permaneció sentado, tan distante y frío como siempre. Tasio podía sentir la tensión en el aire, pero no podía contener la emoción que lo embargaba.
“Yo… ya lo sé todo,” dijo Tasio, con voz temblorosa pero llena de determinación. “Soy hijo de la señora De la Reina. Soy parte de esta familia.”
Sus hermanos se miraron entre sí, con la confusión reflejada en sus rostros, y luego volvieron la mirada hacia Damián. Tasio contuvo la respiración, esperando que finalmente lo aceptaran, aunque fuera tarde. Pero Damián no cambió su expresión. Se levantó lentamente, se acercó a Tasio y lo miró con frialdad.
“Esto será un secreto para siempre,” dijo Damián, su voz helada, sin una pizca de compasión. “La familia no necesita otra ‘mancha’ más.”
Las palabras de Damián fueron como una daga clavada en el corazón de Tasio. Todo lo que había construido en su interior, toda esa esperanza, se desmoronó en un instante. El entusiasmo inicial se convirtió rápidamente en desilusión. Tasio dio media vuelta, sin decir una palabra más. Pero dentro de él, una rabia y determinación crecieron con fuerza. Se sentía traicionado, engañado. Todos esos años de soledad solo avivaron su deseo de ser reconocido.
Mientras caminaba hacia la salida, Tasio se prometió a sí mismo: Algún día, la familia De la Reina tendrá que reconocerme. No importa lo que hagan, los haré mirarme frente al mundo entero.
Sus pasos, firmes y resueltos, ya no eran los de un niño perdido. Ahora sabía quién era y qué lugar ocupaba en esa familia. Y algún día, obligaría a todos a aceptarlo.