En una oficina silenciosa, la luz tenue de los tubos fluorescentes iluminaba las frías mesas de trabajo. Joaquín y Miriam se sentaban frente a frente. La discusión sobre el proyecto acababa de terminar, pero la atmósfera entre ellos seguía tensa, como si las palabras afiladas nunca se hubieran ido del aire. Joaquín, con su rostro sereno, permanecía en silencio, sus ojos fijos en la pantalla de su ordenador. Miriam, por el contrario, dejaba que su enojo se disipara, pero la confusión seguía reflejada en su mirada.
De repente, el silencio fue interrumpido por el suave sonido de una notificación en el teléfono sobre la mesa. Ambos se sobresaltaron, pero luego una extraña calma llenó el espacio. Cuando las miradas de Joaquín y Miriam se cruzaron, algo indescriptible nació entre ellos. Ambos lo sintieron, pero no pudieron detenerlo.
De pronto, un gesto irrefrenable hizo que todo se desmoronara. Joaquín se levantó, se acercó a Miriam, y en un instante lleno de caos emocional, sus labios se encontraron. No fue un beso apresurado ni sin pensar, sino una conexión profunda que ninguno de los dos pudo comprender. Se besaron como si el mundo exterior hubiera dejado de existir, y solo quedaran ellos dos con unos sentimientos que nunca antes se habían atrevido a admitir.
Después de que el beso terminó, el silencio volvió a la habitación. Ambos se quedaron quietos, evitando mirarse, intentando restablecer la distancia que habían creado, pero el sentimiento seguía siendo tan intenso como en ese momento. Joaquín respiró hondo y, sin apartar la mirada, dijo suavemente:
“No me arrepiento de lo que ha pasado.”
Miriam sonrió levemente, sus ojos se encontraron con los de él, pero luego miró hacia abajo, como si no pudiera enfrentar algo tan grande.
“Yo tampoco,” respondió ella, “pero ¿qué pensará Gema si se entera?”
Las palabras de Miriam fueron una advertencia, pero también una aceptación. Ambos sabían que este sentimiento podría destruir todo: no solo entre ellos, sino también entre los tres. Gema, la compañera cercana de Miriam, no solo era su amiga, sino también la persona que siempre la apoyaba en los momentos difíciles. Si ella se enteraba, todo cambiaría.
Sin embargo, en lo más profundo de sus corazones, sabían que no podían dejar ir el sentimiento que acababan de compartir. Esa noche, mientras el mundo a su alrededor parecía haberse sumido en el sueño, Joaquín y Miriam se sentaron cerca el uno del otro. La distancia entre ellos, aunque intentaran mantenerla, comenzaba a desvanecerse. Sabían que, sin importar lo que sucediera, ese beso siempre sería una parte de su historia: un secreto que no se podía deshacer.
En un mundo lleno de decisiones y elecciones, estaban parados en una encrucijada, sin saber si continuarían sus vidas como antes o dejarían que todo siguiera su curso natural. Lo único que sabían era que, sin importar si mantenían el secreto o no, sus sentimientos habían cruzado la línea de seguridad que ambos habían creado.