Cuando Seyran aceptó jugar el partido de ping-pong decisivo, sabía perfectamente que Ferit había subestimado su determinación. Para Ferit, esto era solo un juego para reafirmar su control, pero para Seyran, era una lucha por su libertad y sus sueños. El partido se desarrolló en un ambiente de gran tensión. Seyran puso todo su esfuerzo, sin dejar que ninguna duda afectara su concentración. Sin embargo, la habilidad superior de Ferit se impuso, y cuando la última pelota tocó la mesa, él se alzó con la victoria.
Ferit celebró su éxito, con una mirada llena de satisfacción: “Ahora tendrás que cumplir tu promesa, Seyran.” Creyó que ella se enfadaría, lloraría o incluso le suplicaría que reconsiderara el resultado. Pero Seyran no hizo nada de eso. Simplemente lo miró directamente, con una mirada afilada como una hoja.
“Puedes ganar un partido, Ferit,” dijo ella, con una voz tranquila pero cargada de firmeza. “Pero mi futuro no es un juego. No renunciaré a mis sueños, pase lo que pase.” Esas palabras no fueron solo una declaración, sino un desafío profundo que dejó a Ferit completamente desconcertado.
Frente a la serenidad y la resolución de Seyran, Ferit comenzó a sentirse confundido. La alegría de la victoria, que apenas acababa de experimentar, de repente perdió su significado. Se dio cuenta de que podía haber ganado la apuesta, pero no había logrado doblegar la voluntad inquebrantable de Seyran. En ese momento, Ferit comenzó a preguntarse: ¿Valió realmente la pena esta victoria, si el precio era perder la conexión con el corazón de la mujer que amaba? El partido había terminado, pero una lucha más grande y silenciosa estaba comenzando en el interior de Ferit.