El partido de ping-pong comenzó en un ambiente lleno de tensión, con todas las miradas en la tienda de deportes enfocadas en los dos jugadores. Ferit, con una sonrisa confiada y un aire burlón, lanzaba golpes poderosos sin cesar. Frente a él, Seyran sostenía con fuerza la pala, intentando concentrarse al máximo. Para ella, esto no era solo un juego. Era una lucha por su sueño de asistir a la universidad, un anhelo que había albergado durante mucho tiempo pero que las presiones familiares siempre habían sofocado.
Cada punto que Ferit marcaba era como una herida profunda en el orgullo de Seyran. Cada error suyo era un recordatorio cruel de que podría perder el control sobre su propia vida. Ferit mantenía el dominio con su habilidad superior, mientras que Seyran lo daba todo en el juego, aunque la diferencia de niveles era evidente. Cuando el partido terminó, Ferit levantó los brazos en señal de victoria, con una expresión de satisfacción en el rostro. Seyran, por el contrario, permaneció inmóvil, sintiendo que su mundo entero se desmoronaba.
“No quiero ser madre ahora, Ferit,” dijo ella, con la voz quebrada. “¡Todavía tengo un futuro por delante!” Pero Ferit, embriagado por la emoción de la victoria, no percibió la desesperación en los ojos de Seyran. Se acercó y le dio una palmada en el hombro como si quisiera tranquilizarla: “No te preocupes, Seyran. Todo estará bien.” Aunque sus palabras parecían reconfortantes, el tono de autosuficiencia solo hizo que el dolor de Seyran se intensificara.
Seyran miró a Ferit, y poco a poco, su mirada se volvió más firme. Sabía que esta derrota no era el final, sino el comienzo de nuevos desafíos. Su mente se despejó rápidamente del desánimo para pensar en los próximos pasos. Había perdido este partido, pero la batalla por su libertad y su futuro apenas comenzaba. En su interior, la llama de la lucha volvió a arder con más fuerza que nunca.