Ifakat no solo era una supervisora, sino también una maestra estricta para Suna. Le enseñaba cómo comportarse, cómo hablar y, sobre todo, cómo captar la atención de Fuat, la persona que su familia quería que ella conquistara. Cada día, Ifakat le daba lecciones detalladas, desde la elección de la ropa hasta cómo hablar de manera cautivadora y dejar una impresión duradera. Sin embargo, al principio, Suna se sentía frustrada con estas demandas. Sentía que era solo una herramienta para cumplir con las expectativas de su familia, sin tener la oportunidad de vivir para ella misma.
Con el tiempo, Suna comenzó a darse cuenta de que las lecciones de Ifakat no solo le ayudaban a cumplir con los objetivos familiares, sino que también fortalecían su confianza y le ayudaban a desarrollar su independencia. Comenzó a sentirse más fuerte en sus decisiones, dejando de depender de lo que otros esperaban de ella. Sin embargo, mientras aprendía, Suna descubrió algo sorprendente: su corazón latía por otra persona, alguien que no era Fuat. Esto fue un gran shock para Ifakat, quien siempre pensó que Fuat era el único objetivo para Suna.
El conflicto entre la razón y el corazón puso a Suna frente a una elección difícil. Aunque había aprendido mucho de Ifakat, también se dio cuenta de que la verdadera felicidad no siempre viene de cumplir con los objetivos de los demás.