Después de una acalorada discusión, Andrés se sentó con Begoña para disculparse por su actitud impulsiva. Admitió que había actuado por miedo a perderla:
“No puedo soportar la idea de que Jesús pueda volver a lastimarte… o arrebatarte de mí”.
Begoña, todavía herida por las acusaciones previas, enfatizó que su pasado con Jesús había quedado atrás hace mucho tiempo.
“Él es el padre de Julia, pero mis sentimientos por él se acabaron. Necesitas confiar en mí, Andrés”, dijo con una mirada firme.
Al escuchar esas palabras, Andrés, conmovido, expresó su deseo de amarla sin restricciones:
“Sin importar cuántos obstáculos enfrentemos, lucharé por nuestro amor”.
Sus palabras sinceras y la intensidad de su mirada hicieron que Begoña no pudiera resistirse. Ambos compartieron un apasionado beso en el jardín, pero el momento romántico fue interrumpido abruptamente por la aparición inesperada de Damián y Marta.
Damián, furioso, alzó la voz:
“¿No tienen vergüenza? ¿Aquí mismo, en la casa donde viven Jesús y María?”
Begoña bajó la cabeza, sintiéndose avergonzada e indefensa, pero Andrés se mantuvo firme, defendiendo su amor:
“No me avergüenzo de amarla, y no permitiré que nadie nos prohíba estar juntos”